Por Elena Olascoaga
En mayo de 2014 en la reforma político-electoral se establece la paridad de género en candidaturas. Ese mismo mes en el congreso legislativo local de Nuevo León se presenta por Francisco Treviño, diputado del PAN, la iniciativa de protección a la vida desde el momento de la fecundación. El plan salió como lo esperaban, la iniciativa distrajo, dividió y agotó las energías de quienes promovemos el respeto total a los derechos de las mujeres y la igualdad de género. Escandalizadas por lo retrógrada de la iniciativa, que propone no permitirnos a las mujeres decidir sobre nuestro cuerpo, nuestro espacio más íntimo, nos movilizamos e indignamos. ¿Qué puede ser más urgente que defender la soberanía de nuestros cuerpos?[1] La reforma político-electoral que establece la paridad de género en candidaturas pasó a un segundo plano. El mensaje hacia las mujeres de Nuevo León fue claro: el rol de las mujeres como tomadoras de decisiones tanto en el ámbito público como en el íntimo está condicionado a los intereses patriarcales. Las mujeres en Nuevo León podrán tomar decisiones sobre su cuerpo y aspirar a puestos de toma de decisiones si y solo si es conveniente a los intereses en turno.
Masculinidades convenientes
Hace tiempo que estudio cómo los hombres apoyan o se resisten a garantizar y respetar la igualdad de género y los derechos de las mujeres. A través del análisis exploro los intereses que están en juego tanto en el ámbito público como en el privado e íntimo. Parto de la premisa de que la etiqueta de “hombres opositores” cierra puertas y puntos de entrada para el cambio, por lo que ha sido mejor utilizar el concepto de “masculinidades convenientes”. Dicho concepto me ha permitido contestar ¿cuáles son las diferencias entre los hombres que apoyan y los que se oponen? ¿Cuándo apoyan y cuando se oponen? ¿Desde qué espacios y roles apoyan y se oponen? ¿Cuáles son las dinámicas de poder y género entre ellos mismos que inhiben o fomentan la igualdad de género y el respeto a los derechos humanos de las mujeres?
Para el análisis propongo tres factores que contribuyen a un entendimiento más completo y complejo de por qué los hombres en ocasiones apoyan y se oponen y por qué en ciertas ocasiones la oposición se vuelve apoyo y viceversa. Estos son: dividendo patriarcal; negociaciones patriarcales e intereses relacionales. Los explico breve y coloquialmente (por miedo a perder lectores/as) a continuación:
Los dividendos patriarcales son los beneficios que tienen todos los hombres por el simple hecho de haber nacido hombres (1998, 2000, 2002, 2005). Los dividendos patriarcales pueden ser tangibles (e.i mayor facilidad de acceder a recursos materiales, mejor salario) e intangibles (ser considerados la autoridad, ser los racionales, los más capaces para el ejercicio del poder en lo público, tener una posición en la sociedad más valorada y preferida que la de la mujer). Reconocer que los hombres son plurales, al igual que las mujeres, implica reconocer al mismo tiempo que no todos los hombres se benefician por igual de los dividendos patriarcales. Los dividendos varían dependiendo de la clase social, etnicidad, religión, edad y sexualidad. Hay quienes gozan del dividendo patriarcal en lo privado (el hogar) más que en lo público (espacios de toma de decisiones) y viceversa. No obstante, chicos o grandes, en lo público o en lo privado, los dividendos están ahí. Los dividendos patriarcales tienden a negociarse si se obtendrá algo a cambio que compense la pérdida del privilegio, por ejemplo beneficios de seguridad, prestigio, económicos o políticos.
La negociación de los dividendos patriarcales está sujeta a dinámicas de poder y de género. Las negociaciones patriarcales (Kandiyoti 1988) evalúan el conflicto, las pérdidas y ganancias que implica rechazar o aceptar el sistema patriarcal (superioridad masculina, subordinación femenina). La negociación de los dividendos patriarcales es más aceptable que suceda bajo algún rol privado que implique un interés relacional con las mujeres. Los intereses relacionales son aquellos que comparte a consecuencia de un vínculo íntimo con una mujer, como el de pareja, padre, hermano, padrino, etc. La negociación patriarcal de los dividendos patriarcales en espacios públicos (el senado, el congreso legislativo local, secretarías) y bajo roles públicos (funcionario, político, ciudadano) es muy diferente, ya que cuando se renuncia a los privilegios patriarcales en lo público desde un rol público (de autoridad, por ejemplo) se ponen en riesgo los dividendos patriarcales de otros hombres que no se han pronunciado a favor de renunciar a sus dividendos. Las negociaciones patriarcales en espacios y roles públicos están sujetos a dinámicas de fuertes sanciones y reprenda, de índole económico, social o político, de otros hombres.
El silencio conveniente y la ausencia cínica
Mi insistencia constante sobre la urgencia de politizar las masculinidades se basa en la necesidad de visibilizar que las actitudes machistas, sexistas y violentas no solamente se llevan a cabo en lo privado y de forma tajante y visiblemente violenta, sino también en espacios públicos y de forma bastante sutil, casi imperceptible.
Luis Bonino (2004) en un escrito sobre micromachismos afirma que el silencio es una expresión de violencia machista y de poder:
“Permanecer en silencio no es sólo no poder hablar, sino no sentirse obligado a hablar ni a dar explicaciones (recurso que sólo pueden permitirse quienes tienen poder) y por tanto imponer el no diálogo y el enmascaramiento. Se controlan así las reglas del juego de modo opuesto a la apertura, confianza y desenmascaramiento y se tiene así una autoridad silenciosa.”
Desde los roles privados de padres, esposos y hermanos se solidarizaron y expresaron su inconformidad con la iniciativa de proteger la vida desde la fecundación, pero esa voz de ellos no retumbó más allá de las paredes de lo privado. La voz de los hombres apoyando el rechazo a una iniciativa que prohíbe que las mujeres decidan sobre su cuerpo no llegó a lobbies públicos, ni a espacios de toma de decisiones a nivel local, ni a las calles de la ciudad. En lo público el silencio de los hombres en sus roles públicos como ciudadanos, trabajadores, funcionarios y políticos fue evidente. Su silencio cómplice y conveniente imperó.
El silencio es la ausencia de pronunciamiento, la ausencia de voz. La ausencia misma es también una expresión de poder. La ausencia al igual que el silencio es un acto de complicidad y va más allá, es un acto cínico. La ausencia y el silencio no sólo son expresiones claras de la indiferencia y el desinterés, sino son actos que revelan que no hay argumentos para defender y mantener los dividendos patriarcales que están en juego. En palabras de Luis Bonino:
“el justificante de la falta de diálogo es un buen ejemplo de la maniobra de encubrimiento que el silencio supone: lo encubierto es el deseo de evitar decir cosas que se piensan […] o tener que reconocer que no se tienen argumentos para oponerse a cambios solicitados o qué punto de vista de ella puede ser válido, o que no sabe cómo hacer para ganar la partida”
En específico, la ausencia de los funcionarios locales, quienes decidieron no asistir a la sesión para aprobar la reforma político-electoral y la nueva Ley Electoral para Nuevo León que permite la paridad de género en candidaturas, fue un acto que reconoce que no tienen argumentos para oponerse. La ausencia fue un acto cínico, pues es la demostración de la falta de argumentos, la indisponibilidad de escuchar y la imposición de sus intereses.
El botín negociable: Los derechos de las mujeres y la igualdad de género
Habrá quienes argumenten que aprobar la nueva Ley Electoral va más allá de la paridad de género, que aprobar la ley además de permitir la paridad en candidaturas al congreso local permitirá las reelecciones, candidaturas independientes y otros cambios en los que no se ha podido llegar a un consenso.
Me parece tramposo y cínico que los derechos de un grupo específico de la población, las mujeres, que conforman más del 50% de la población en Nuevo León (INEGI 2010), se vulneren y se condicionen a la aprobación de otras iniciativas. Los derechos de las mujeres y la igualdad de género se reconocen parcialmente y a conveniencia. Se selecciona cuáles garantizar y cuáles negociar. Atinadamente Anne Phillips resalta que “los obstáculos que niegan la oportunidad de ciertas personas a ser elegidas son tan antidemocráticos como lo fueron las leyes que en algún momento les prohibía el derecho al voto” (1991: 65).
Los derechos de las mujeres no valen por sí solos en Nuevo León, siempre van condicionados a intereses políticos y económicos. Los derechos de las mujeres y la igualdad de género están constantemente sujetos a negociación, aprobación e interpretación. Son utilizados como botín para ganar alianzas o distraer y fastidiar opositoras(es). Se utilizan como bandera o como blanco de ataque, según sea la cuestión. Los hombres tienden a apoyar la participación política de las mujeres si ellos se ven beneficiados o dicha acción beneficiará intereses propios.
El apoyo no parte desde la postura de promover la igualdad de género y garantizar que se respeten los derechos de las mujeres, sino desde una negociación patriarcal. Por otro lado, regresando al apoyo de los hombres al derecho de las mujeres a tener total soberanía sobre su cuerpo, su apoyo es promovido desde los roles privados con intereses relacionales de padres, hijos, hermanos, amigos dentro de espacios privados, pero dicho apoyo no se traduce en lobbies públicos, ni en pronunciamientos de total apoyo y acompañamiento en espacios de toma de decisiones, donde implica confrontación y perdida de privilegios.
Hombres padres, hermanos, hijos, padrinos, esposos, funcionarios, políticos, ciudadanos, desde todos sus roles y desde todos los espacios y ámbitos, les exigimos dejen de ser ausentes cínicos y cómplices silenciosos. Los cuerpos y los derechos de las mujeres no son campos para librar las batallas políticas del PAN, del PRI, del PRD y todos los otros partidos. Pedimos soberanía sobre nuestros cuerpos e igualdad de género sin condicionar a conveniencias. Los cuerpos de los varones y sus derechos jamás han sido utilizados por nosotras para negociar una iniciativa de ley, atorar una reforma, ganar una alianza política, ni han sido utilizados como moneda de cambio para negociar intereses económicos. Compórtense al mismo nivel.
[1] Pregunta inspirada en las palabras de Alda Facio 2013 “¿Qué puede ser más político que la defensa de la soberanía de nuestros cuerpos?”
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