María Teresa Ramírez es abogada y Maestra en Criminología y Política Criminal por el Instituto Nacional de Ciencias Penales. Ha brindado asesoría jurídica a niñas y mujeres víctimas de trata con fines de explotación sexual en México. En este relato nos comparte uno de los modus operandi que utilizan los proxenetas en nuestro país para cazar a sus víctimas: disfrazándose de galantes príncipes azules en busca de compromiso. También nos hace un recuento de cómo hoteleros, taxistas, policías, funcionarios y clientes han hecho de la barbarie que implica la explotación sexual de niñas y mujeres su abyecto festín personal.
“Nada es real si no lo escribo”.
Virginia Woolf
Investigación y propuesta: Ma. Teresa Ramírez
Redacción y corrección de estilo: Lydia Zárate
Introducción
Evocando irónicamente los estereotipos utilizados en las versiones modernas de los cuentos de hadas, que en la vida real adquieren matices espeluznantes, en este texto utilizaré la palabra princesa como sinónimo de mujer. Las palabras entrecomilladas forman parte de argumentos obtenidos a través de documentos oficiales, entrevistas, o que fueron parte de las anotaciones de la bitácora diaria que utilicé al empezar el curso “Modales Delictivas I” como fuente de compilación de elementos para elaborar la narrativa del presente texto.
En este país donde decimos sentirnos orgullosxs de nuestra cultura, usos, costumbres e ideologías, y donde aún prevalecen “los cuentos de princesas”, que son transmitidos de generación en generación a niñas y jóvenes de zonas urbanas y rurales, la tradición dicta que hay que tener el vestido de novia listo en el lugar más estratégico por si aparece el famoso “príncipe azul” para “hacer los sueños de las princesas realidad”. Pero en la realidad que les voy a narrar, el que parecería ser un adorable príncipe es en realidad un experto ilusionista, un verdugo calculador y despiadado. A veces el amor puede llegar a ser hermano del engaño…o del enganche, en el caso de la trata de niñas y mujeres con fines de explotación sexual. Así se desarrolla la historia de quienes han tenido la desgracia de ser engañadas para posteriormente ser explotadas sexualmente por quien aseguraba ser un príncipe azul, la mayoría de las veces con la complicidad del sistema de procuración e impartición de justicia.
Antes del enganche
La mayoría de nuestras protagonistas son originarias de zonas rurales de estados como Tabasco, Guerrero, Chiapas, Veracruz, Oaxaca y Puebla, donde las condiciones económicas no son alentadoras para una princesa que vive y sufre las tradiciones machistas más arraigadas de su comunidad, y donde la educación escolar y los programas sociales gubernamentales no existen. Ante este escenario, el deber de las jóvenes, según lo dicta la tradición impuesta, es estar en espera del “príncipe azul” que cambiará su situación económica y ayudará a su familia, ya que las mujeres “no son para trabajar o estudiar, se deben a su familia y a su hogar”. En caso de que se rehúsen a adoptar la tradición, la violencia es “un buen correctivo para que obedezcan, porque a veces no entienden”. Ah, y ¡cuidadito de aquella que crea que piensa más que el sabio de los sabios: su padre, porque transgredir la autoridad paterna implicaría un castigo divino! El patriarca, en cambio, sí que sabe muy bien lo que le conviene a su dulce princesa: En caso de que aparezca “un buen partido”, puede intercambiarla por la nada despreciable cantidad de mil pesos, como lo dicta la tradición del “dote”, o, de menos, por una botella de alcohol o una cajetilla de cigarros. Es así como algunas princesas son orilladas a estar a la espera del tan soñado príncipe, ya que, en su construcción ideal, probablemente no existen muchas más opciones que ser rescatadas de sus circunstancias, o tal vez, de sí mismas.
El “enganche”
¿Quién podría cuantificar el número de horas que invierten estos criminales ideando la estrategia perfecta para embaucar a sus víctimas? Aquí, por lo pronto, expongo algunos de los factores que toman en cuenta en su proceso de planeación. Paso número uno: de preferencia la princesa debe ser “bonita” (si no, no importa, algo se podrá hacer con ella); paso número dos, ayuda que su situación económica sea precaria, aunque no es indispensable; paso número tres: de preferencia que ya esté identificada con la violencia, que no cuente con una red de protección clara y que no tenga familiares policías o políticos (muchos de ellos andan en el mismo giro, entonces, lo mejor es no meterse en líos con los colegas); paso número cuatro, identificar si son “casaderas”, es decir, si están en busca de marido; y paso número cinco, cortejarlas siguiendo el protocolo, que, a grandes rasgos, incluiría los pasos que explico a continuación.
Si el negocio ha dejado para adquirir un buen vehículo, de esos “que apantallan”, puede convertirse en una poderoso recurso de enganche. En él hay que pasear a la princesa por donde sea necesario, para que sepa que anda “con un hombre de verdad”. Si cuenta con celular, es aconsejable recargarle regularmente a la princesa una cantidad de saldo considerable. También lo es traer mucho dinero en las bolsas, hablar como “hombre de mundo”, acercarse sutilmente, cortejarla, estudiarla, pedirle datos familiares y personales, investigar si es “virgen” y “menor de edad” (aunque no es indispensable, conviene más al negocio y resulta una mejor manera de controlarla). Una vez cubiertos esos aspectos, viene el momento cumbre del cortejo: la seducción, seguida de la promesa de amor eterno, de una vida feliz en pareja y en abundancia económica. Si la princesa se hace del rogar, es mejor abandonar la empresa: no conviene invertirle por más de un mes. Pero si con tan breve noticia ella accede, el cierre con broche de oro, atendiendo a lo que dictan los usos y costumbres, será ir a conocer a su familia, para que constaten que es un “hombre de bien”, “cumplidor”, “buen prospecto”, “respetuoso de las tradiciones familiares”, y a quien le gusta hacer las cosas “como dios manda.” Una vez concretado este paso, es necesario dejar bien claro que el príncipe “quiere bien” a la princesa, que “sus intenciones son serias” y que desea casarse con ella. Posteriormente explicará que, como él es un hombre de negocios, no tiene tiempo suficiente para la boda, por lo que vivirán juntxs por el momento; ya después buscarán la forma de matrimoniarse. Por el momento también, precisará el príncipe, vivirán con sus familiares en una casota que tiene en algún pueblo cercano o en la Ciudad de México, a donde viajarán con frecuencia, dado que ahí se concentra la mayoría de sus negocios, junto con otros que tiene en Tijuana.
Las propiedades de estos príncipes son verdaderamente grandes. Y finalmente, en ese sentido, la princesa no fue engañada: con el príncipe viven su mamá, su papá y algunos hermanos y tíos: ¡no cabe duda de que son una familia unida! Las mujeres de la familia platican con la huésped, le explican cuáles son las labores del hogar y le dejan muy en claro que su ahora marido tiene muchos negocios que atender, y que no tiene por qué “andar avisándole sobre sus negocios, ya que ésas son cosas de hombres”. Por otro lado, como la nueva miembra de la familia es princesa del consentido de la casa, se quedará asegurada en tanto se casan o se van a la Ciudad de México a atender los negocios “de su hombre”. La princesa, sin embargo, empieza a notar cosas extrañas: a veces el príncipe no le “da su lugar”: la presenta como su amiga, como su prima o hasta como su hermana, lo cual la hace reflexionar momentáneamente: “esto no está muy bien, pero no importa, por algo será, ya después me dará la explicación a este enredo y todo se aclarará”. Es importante destacar que en esta etapa del enganche la primera noche de sexo es crucial: si son “vírgenes” es un buen momento para enseñarles el “buen sexo”, y generarles una deuda de agradecimiento por este rito de iniciación: al fin y al cabo el príncipe será por siempre “su primer hombre”. Es importante que aprendan de todo: el uso del preservativo, las posiciones que se pueden realizar, y que todo esto es sólo una “mecánica de cuerpos en movimiento”. Las chicas que ya no son “vírgenes” no deben olvidar que este hombre es un campeón sexual, un maestro en las artes del amor, y que eso, al parecer, es un elemento importante para tenerlo contento. Ahora bien, como regla inamovible, las princesas no deben salir nunca a ningún lado sin su príncipe: ni siquiera a visitar a sus padres. Para ello las otras mujeres de la casa, como la madre, las hermanas y las tías del príncipe, tienen el encargo de cuidarla: no olvidemos que sigue asegurada. Si la princesa ya tenía hijxs de una relación previa, y éstxs permanecieron en el seno de la familia materna, es importante hacerle saber que en algún momento se les recuperará, pues también son importantísimos para el príncipe…aunque no por la razón que pareciera. Así, la princesa ya sabe que su príncipe es el hombre soñado, el padre perfecto para sus hijxs, pues se preocupa por ellxs aunque no sean suyxs, y además se responsabilizará de su manutención sin tener obligación alguna de hacerlo.
La trata de personas con fines de explotación sexual
Parece ser que las cosas cambiaron de rumbo: el príncipe trae de un lugar a otro a su princesa, pero no le dice qué lugares están visitando…así cualquiera se desorienta… ¿Será Puebla, Tlaxcala, Veracruz? Nadie dice nada, y la princesa no logra identificar el espacio geográfico. En este punto, la princesa no tiene un solo centavo en la bolsa. Sin embargo, el príncipe empieza a cumplir su promesa de abundancia, comprándole mucho maquillaje, ropa y zapatos. Lo extraño es que las faldas son exageradamente cortas, las blusas muy escotadas, el maquillaje demasiado… pero el príncipe dice que su princesa se ve más sexy con esa ropa, que ese estilo le queda bien y que hasta puede presumirla con sus amigos. Sin embargo, ante la negativa de nuestra protagonista a usar esa ropa, el príncipe por fin “se la canta derecha” y le dice: “la verdad, la verdad, ando muy mal en el negocio, y debo unas letras del carro con el que te saco a pasear, así que vas a tener que ayudarme a conseguir el dinero para pagarlo; es más, si podemos conseguir más lana, hasta podemos construir otra casa, ir de viaje y comprar otro coche”. “Híjole, ¡que fiasco de príncipe, de nuevo a trabajar!” piensa la princesa, “pero no importa, porque hay amor en nuestra relación”. Pero la noticia viene acompañada de una sorpresa, y el príncipe prosigue con su argumento: “Pero de empleada no vas ganar nada, mejor, si en verdad me amas como dices y me quieres ayudar, trabaja de prostituta. Es más, ahora ya son reconocidas como ‘sexoservidoras’, es un buen trabajo y se gana mucho dinero en poco tiempo. Toda mi familia se ha dedicado a este negocio: las esposas de mis familiares también son sexoservidoras, no tiene nada de malo hacer dinero con las nalgas, que además, para eso son. Recuerda que te amo, que fui el primer hombre en tu vida (o el que te enseñó tanto en lo sexual, si la princesa no era ‘virgen’)”. Si la princesa se niega, se muestra ofendida, desilusionada y/o enojada, el príncipe azul rematará con un “¡pues ya te chingaste, ahora eres mi puta!”.
Violencia familiar como medio de coacción
Esto se pone cada día peor: a partir de ahora la princesa tendrá que ejercer un nuevo rol impuesto (como todos los que históricamente han sido asignados culturalmente al género femenino), el de “sexoservidora”. La princesa cuestiona una y otra vez al ahora dueño de todas las ganancias económicas que generará: ¿por qué me obligas a hacer esto? ¿no que me amabas? ¿no ves que me lastima? ¿no ves que me avergüenza? ¿y la promesa de que todo estaría bien, dónde quedó? ¿no ves que me siento indigna, humillada y sucia? ¿no ves que lloro suplicándote, que me quiero regresar con mi familia?. En respuesta, el ahora ya declarado explotador le propina una golpiza y la amenaza con matar a sus hijxs (ya sean de relaciones previas o del mismo tratante) si no obedece. En algunos casos el príncipe también desaparece o le impide a la princesa ver a sus hijxs por mucho tiempo.
Es posible que la princesa ya esté familiarizada con este tipo de violencia, que ya haya vivido situaciones similares en casa de sus padres, tales como: dominación masculina, golpes, humillaciones, amenazas, invisibilidad, control económico, sumisión impuesta, y que sea capaz de identificar emociones similares entre ambos escenarios, como desilusión, enojo, miedo, depresión e impotencia, lo cual es una ventaja en términos de control. A todo esto se agrega un elemento más: el arma de fuego, misma que el explotador manipula frente a la princesa con seguridad y destreza, para que no le quepa duda alguna de que la utilizará en su contra o en contra de sus familiares si intenta escapar o denunciar los hechos ante la autoridades (aunque ahí no hay tanto problema, porque la gran mayoría tienen su precio, e incluso si decidiera pedirle apoyo a sus familiares ¿le creerían que un caballero tan gentil la obligó a prostituirse?). Por lo demás, en algunos casos la princesa nunca le importó a su familia, y, en otros, lo que le sucedió es para ellxs motivo de vergüenza. En su comunidad probablemente dirán “se fue disque para ser princesa, pero regreso siendo ‘puta’, pues ¡a tratarla como tal!”. ¿Y quién va a querer llevar esa etiqueta en la frente? Así que la princesa debe elegir entre aceptar su destino, morir o ver morir a quienes más ama en la vida.
La industria de la trata con fines de explotación sexual: colusión con autoridades, hoteleros, taxistas y otros explotadores.
Como no tiene otra opción, y frente a semejantes amenazas, la princesa debe sacar fuerzas de lo más profundo para ver si en un ratito de descuido se puede escapar y pedir ayuda a alguna autoridad. ¿Quién sabe?, a lo mejor le hacen caso y le reciben su denuncia. A lo mejor hasta la pueden ayudar… Pero por el momento tiene que aceptar ser explotada si quiere vivir para contarlo. Una vez llegada a su destino final, que pueden ser las calles de la Merced, la Avenida Tlalpan, o Sullivan, en la “Ciudad de la Esperanza” o en cualquier otra, aprende que existen diversas formas de ofrecer los “servicios”: en la vía pública, en la puerta de una casa o de un hotel, en pasarelas, etc. De inicio, la princesa es presentada a otras que en un tiempo también fueron explotadas y que ahora son institutrices profesionales, expertas en las reglas del negocio. La institutriz asignada da indicaciones precisas a la iniciada, refrescando algunas lecciones impartidas previamente por el tratante, como la de cómo poner un condón, practicando con un plátano sin cáscara. También le explica que cada posición sexual varía en precio; que las cavidades anal, bucal y vaginal también aumentan o disminuyen la cotización; que el desnudo es un lujo; que se cobra por media hora y por hora, y que al final de la jornada todo el dinero le será entregado al ahora dueño de sus ganancias. Lo que no le explican nunca es cómo perder el asco, el miedo, la vergüenza, la impotencia y, sobre todo, ese dolor tan profundo.
Una vez especificadas las indicaciones esenciales, la institutriz y el tratante acompañan a la princesa al lugar donde será exhibida para que los clientes se acerquen a preguntar por el costo del “servicio”: antes de salir de la casa en donde ahora habitará la princesa, el tratante y la institutriz deben asegurarse de que tenga la imagen adecuada: maquillaje llamativo (aunque la princesa sea menor de edad, eso les gusta a los clientes), zapatillas altas de colores brillantes, falda corta, blusa con escote pronunciado y peinado adecuado. En algunos otros casos, el uniforme (llamémoslo así) se lo enfundan en una habitación de hotel, o directamente en las habitaciones donde serán explotadas a lo largo del día: estas habitaciones son construidas expresamente para que los príncipes puedan explotar a varias de ellas simultáneamente: tienen múltiples apartados minúsculos con una colchoneta y cortinas en las “puertas”.
Nuestra princesa es menor de edad y llega a una “casa especial”. Una vez ahí, es presentada con la recepcionista, y el tratante y la institutriz acuerdan que se le pagará por semana el servicio del cuarto y la comida (como tienen cocinera hay que aprovecharla, para que la princesa no pretenda escaparse con el pretexto de ir a comer). Como es nueva, la princesa tiene que pararse en la puerta de la “casa especial”, ya que, por tradición, los clientes saben que quien, en lugar de estar haciendo “pasarela” en la acera, está parada en la puerta, es la novedad, la nueva princesa en exhibición.
“¡Venga y consuma nuestro nuevo producto, recién llegadito de provincia, es menor de edad! Usted no tendrá nada de qué preocuparse, señor cliente, porque ya le estamos tramitando a la princesa su acta de nacimiento y credencial para votar falsas, para protegerlo a Usted. Así, en caso de presentarse algún incómodo operativo, usted podrá decir que solicitó sus servicios porque ella le dijo que era mayor de edad, y hasta le enseñó su credencial” (para la fortuna de tratantes y todo tipo de explotadores, en la Ciudad de la Esperanza la prostitución no se regula ni para bien, ni para mal).Una vez que el cliente eligió a la princesa y se cerró el “trato” (ya se le informó el precio y lo que incluye, y éste aceptó), no deberá tocar el timbre de la puerta principal de la casa, deberá entrar por el zaguán y caminar directo a la recepción, que está en la entrada principal, donde pagará el costo del cuarto a la recepcionista, quien además funge de cuidadora, de cronómetro y de informante al tratante: ella le informará a éste si la princesa tarda más de media hora, ya que en el tiempo va implícita la ganancia. En caso de que el cliente se pase de violento, los ayudantes de la recepcionista auxiliarán a la princesa, para que no le vaya a pegar de más. Si el “servicio” se lleva a cabo en un hotel, uno de los miembros del equipo especial de taxistas del tratante se encarga de trasladar a la princesa de su vivienda, que puede ser una casa cualquiera, un cuarto de otro hotel etc., hasta el “punto”; una vez ahí, también estará encargado de asegurarse de que no escape. Ya en el hotel, la princesa y el cliente se acercan a la recepción. Si la princesa denota ser menor de edad, la recepcionista presionará al tratante para que presente la identificación oficial de la princesa, o le sugerirá un cambio de imagen, para que aparente más edad. No obstante, no negará el servicio, ya que esto perjudicaría al hotel, y la relación de negocios con el tratante, que les deja buenas ganancias. Mientras tanto, los policías hacen rondines para vigilar que las princesas no escapen, y les informan a los tratantes si se llevará a cabo algún operativo o si alguna princesa pidió ayuda para escapar o para denunciar.
Rescate, miedo, desconfianza e impunidad
Cuando se dio el “boom”, por así llamarlo, en el tema de la trata de personas con fines de explotación sexual en la Ciudad de México, alrededor del 2009, el gobierno local planeó una serie de operativos con la finalidad de rescatar a las víctimas y asegurarlas en refugios. Para ello convocó a personal de atención a víctimas, derechos humanos y procuración de justicia que no contaba con la capacitación adecuada para irrumpir en los hoteles y casas y sacar de ahí a sus ocupantes, a veces desnudos, con la finalidad de rescatar a las princesas. Entre golpes y sombrerazos, a la agencia llegaban sexoservidoras independientes, víctimas de trata (princesas), tratantes, hoteleros, taxistas, clientes y uno que otro mirón desafortunado. Una vez ahí, se exhortaba a las víctimas a denunciar. Algunas de ellas se declaraban independientes y demostraban ser mayores de edad. Las princesas menores de edad, bajo amenaza de sus verdugos, no siempre denunciaban, pero algunas terminaban haciéndolo, aun con todo el miedo y la desconfianza que les inspiraban las autoridades que las habían humillado, las habían dejado sin comer y las habían mantenido encerradas, a veces por más de dos días, sin que alguien les explicara qué estaba pasando y qué era eso de ser “víctima”. “¿No que yo tuve la culpa por ser tan mensa, por creerme de ese hombre? ¿No que nadie me iba a creer? Además, yo ni sé si la prostitución es un delito en este país”. Frente a tanta confusión y miedo, también se resistían a denunciar por miedo a inculparse ellas mismas. A las princesas se les asignaba un abogado de oficio que difícilmente les explicaba cuál era su situación legal, por lo que, en muchos casos, la desconfianza seguía ahí. Si eran aseguradas, la confusión empeoraba “¿no que no era culpable, que era víctima?…ahora me van a asegurar en un albergue y yo no quiero, aunque me digan que es por mi bien”. Una vez concluidas las diligencias legales, las princesas eran trasladadas a albergues donde permanecían hasta cumplir la mayoría de edad o hasta que se contactaba a sus familiares, opción que en muchas ocasiones las princesas rechazaban, por la vergüenza que sentían por haber sido engañadas y explotadas. Sin embargo, esto en muchas ocasiones no les interesaba a las autoridades, que igualmente contactaban a lxs familiares, a quienes, en ocasiones, la noticia les caía de peso, puesto que no sabían si sus hijas eran “prostitutas”, “delincuentes” o “pendejas”. En algunos casos, sin embargo, lxs familiares comprendían que sus hijas, hermanas o parientes no tenían la culpa de haber sido explotadas y vejadas; en otros, habían estado buscando a las princesas, que habían desaparecido sin dejar huella, por lo cual les conmovía hasta las lágrimas encontrarlas.
En cuanto al proceso legal de enjuiciamiento contra los tratantes, existen princesas admirables en su fortaleza que enfrentan cada audiencia, cada careo con valentía y coraje, aunque al final terminen sufriendo crisis nerviosas. Tristemente, a pesar de su valiente esfuerzo, en muchas ocasiones no se sentencia a sus verdugos por el delito de trata de personas con fines de explotación sexual, si no por uno menor, que es el de lenocinio, y, en muchas ocasiones, por no tener antecedentes penales, les es otorgado el beneficio de la libertad bajo caución. En otros casos estos criminales son puestos en libertad bajo el alegato de que no existen elementos suficientes para procesarlos. ¿Qué elemento más contundente que la prueba viviente que constituye quien sufrió en carne propia la explotación sexual? Para las instancias de procuración de justicia en México una víctima de trata tiene la importancia de una testigo con la mínima participación, que debe ajustarse a los derechos del procesado, a las incomodidades de ser exhibida en el juzgado y a la presión de los abogados de la defensa para comprar su silencio. También debe enfrentar las amenazas de la familia de su explotador, que incluyen un recuento de lo que puede sucederle si se atreve a declarar y el tratante sale libre. Esto permite comprender mejor por qué algunos tratantes quedan en libertad, lo que contribuye a incrementar los alarmantes índices de impunidad en la comisión de este crimen.
Reinserción social y etiquetamiento
Las princesas que consiguen escapar vivas de su atroz cautiverio pasan por un tratamiento en alguno de los refugios locales o federales, creados con la finalidad de “reinsertarlas” en la sociedad. Es posible que en el refugio aprendan un nuevo oficio e intenten ejercerlo, pero más les vale que nadie se entere de que fueron “sexoservidoras” o de que tienen “un pasado negro”, pues eso les generaría, en el menor de los casos, un profundo rechazo. Por otro lado, difícilmente un mexicano promedio (a riesgo de ser calificado de “pendejo”) se casaría con una mujer que, de acuerdo con su idiosincrasia, “ya fue usada”, sin importar si lo hizo por gusto, por necesidad, si la obligaron a hacerlo, o si él mismo es cliente de esa abyecta industria.
Probablemente la princesa ya dejó de creer en el mito del príncipe azul. Quizá ya tampoco cree en la sociedad, ni en las instituciones, y, lo peor y lo más triste, ni en ella misma. Algunas no se atreven a salir de sus casas por miedo a encontrarse con otro príncipe como el que les destrozó la vida, y por miedo a confrontar la ignorancia de una sociedad que no perdona, pero tampoco ayuda frente a una desgracia como ésta. Otras intentan reinventarse y darle otro significado a su historia personal; algunas terminan insertándose en el negocio de la trata de personas como institutrices, tratantes de personas, cuidadoras, golpeadoras, etc. Hay quienes deciden convertirse en abogadas, y no precisamente victimales; otras dan conferencias y exponen sus historias de vida a instancias de políticos en campaña que les ofrecen, otra vez, fama, gloria y abundancia; otras princesas menos afortunadas terminan internadas para recibir tratamiento psiquiátrico. Muchas están desaparecidas o muertas.
Imagen: www.contactodf.com
Más información: http://www.contactodf.com/nacion/comunidad/709-trata-realidad-que-lacera-a-ninas-en-la-merced
Excelente artículo, aterradoras experiencias… Es urgente romper con el mito de la “princesa espera a principe” en todas las modalidades que las televisoras siguen perpetuando en sus novelas; el imaginario colectivo heterormativo patriarcal es la base para que millones de niñas sigan proyectando que ése es el futuro anhelado, de buena consciencia, “salir bien” del entorno familiar es por medio de la vinculación sexo-afectiva con un varón. La reinserción social es una aspiración, una buena intención…yo he escuchado a madres de chicas que fueron explotadas sexualmente por el “marido” como les duele su regreso, ya que queda estigmatizada ella y la familia.
La semana pasada estuve en Oaxaca (Estado con aproximadamente 500 municipios) muchos de ellos regidos bajo los sistemas jurídicos de la comunidad indígena (coloquialmente conocidos como: usos y costumbres) es aberrante como el edil de la comunidad, el padre, el padrino (o cualquier varón) se siente con derecho de violar a la chica de 15 años como parte de la “tradición”, los Derechos Humanos para las mujeres niñas, adolescentes brillan por su ausencia, además del acceso a la justicia.
La aspiración de las mujeres jovenes de éstas zonas sigue siendo “casarse bien” y si es extranjero (extraño para la comunidad) implica “mejora de calidad de vida” muchas de ellas están desaparecidas, la familia pierde contacto con ellas, se presume que puedan estar en redes de trata, tanto nacionales como internacionales.
Nuestras mujeres están siendo explotadas, asesinadas por cumplir mandatos patriarcales….
Querida Geru, gracias por tu valiosa aportación. Tu comentario me hace recordar cómo todo esto, todo este “orden” que durante tantos años nos ha sido impuesto, podría haber sido mucho, muy diferente. Podríamos vivir en una sociedad verdaderamente igualitaria, donde ser mujer no representara un peligro de muerte, donde pudiéramos salir a las calles sin miedo, donde el amor romántico no representara una amenaza tan terrible para las mujeres heterosexuales y vivir en sociedad una permanente exposición a todo tipo de violencia para ellas y para todas las demás. El patriarcado fue construyendo este orden minuciosa y maquiavélicamente, destruyéndolo todo a su paso, siempre protegido por la fuerza bruta de sus ejércitos de sicarios a sueldo y ocultos tras los disfraces patéticos de su demagogia barata y abyecta. Esto es un holocausto. Niñas y mujeres están siendo exterminadas despiadadamente en este país a consecuencia de ese terrible cáncer social que es el patriarcado, pero mientras estemos unidas, alzando la voz y en pie de lucha, la esperanza sigue viva. ¡Un abrazo fuerte, querida hermana!
Hola a “La que arde” y todas sus colaboradoras que hacen posible objetivar éste lacerante trance androcéntrico, les envío un apreciable y sincero saludo.
Considero este doloroso anecdotario como un loable trabajo que no deja a un lado la heroicidad por parte de quienes así lo proyectan; muchas gracias Mari Tere y Lydia Zárate por compartir tan aguerrida lucha, a la cual me sumo de todo corazón, aunque herido por tan triste realidad. No se si haya lugar para decir “¡felicidades!”, pero lo que sí cabe decir, sin lugar a dudas es: “sigamos rompiendo el silencio y poniendo en la luz a las más inmediatas heridas.”
Saludos.
Querido Mauricio, muchas gracias por tus comentarios, y por marchar hombro a hombro con nosotras en esta lucha imprescindible, urgente. Sigamos adelante, rompiendo el silencio, desenmascarando, recordando, “hasta que la justicia se siente entre nosotrxs”. Un abrazo fuerte.