Cuando Esmeralda, de apenas 15 años, no llegó a casa, su madre acudió al Ministerio Público a denunciar la desaparición. Ahí obtuvo por toda ayuda la habitual respuesta que miles de familiares en la misma situación escuchan diariamente en las agencias ministeriales mexicanas: “señora, seguro se fue con el novio, ¿no ve que todas son unas vagas?”. Cuando el cadáver de María Luisa apareció en una noria, sus familiares tuvieron que oír a su asesino narrar la forma en que la mató, y que “la había tirado por ahí”, como si de una basura se tratase. Cuando la madre de Eva Cecilia, de 18 años, desesperada tras año y medio de clamar en el desierto, exigiendo a las autoridades que investigaran la desaparición de su hija, irrumpió a la fuerza a los archivos de la Procuraduría de Justicia y encontró el expediente en el que pudo reconocer la ropa de su hija en la descripción de un cuerpo reducido y ultrajado, lo único que salió de la boca de las autoridades fue que ellos “no se ponen a revisar todos los expedientes”. Cuando Erika Kassandra, joven de 17 años, después de permanecer tres días desaparecida, fue encontrada con el rostro desollado y lesiones de arma blanca en el cuerpo, todos escuchamos decir al gobernador de Michoacán, Salvador Jara Guerrero, que ese “sólo era un hecho aislado”. En los últimos nueve años, en el Estado de México se cuentan 1596 asesinatos de niñas y mujeres de forma violenta (536 en los últimos 15 meses), y en promedio se perpetran 5 violaciones sexuales al día[1], considerando únicamente los casos en que se denuncia, por lo que las cifras reales son mucho mayores. Cuando se le pidió a Eruviel Ávila, gobernador del Estado de México, que emitiera una alerta de violencia de género ante el dramático incremento de feminicidios cometidos en la entidad, todas y todos recibimos una bofetada en el rostro al recibir por respuesta que para el señor gobernador había “cosas más graves que atender”.
En México esta actitud, que atraviesa todos los niveles de autoridad, es sintomática del fuerte machismo que impera en la sociedad. Para ejemplo bastan algunos botones extraídos de las redes sociales: en Culiacán, Sinaloa, otra mujer fue asesinada a balazos, a lo que el usuario Alex Quezada publicó que la habían matado “por puta”; cuando afloró el reclamo sobre la necesidad de establecer alertas de género en el norte del país, Francisco Galicia opinó que las mujeres son las que se meten con los hombres “si cada quien respetara –decía- no huviera mujeres fáciles o mujersuelas (sic)”[2], mientras que la usuaria Islyimig Vevi dijo acerca del caso en que una mujer fue asesinada y descuartizada en Tlatelolco por un hombre que la había citado a través de Facebook, que ella había tenido la culpa por haber ido a su departamento: “ella era una muchacha loca”[3], aseveró. En un país donde dos de cada cinco mujeres casadas tienen que pedir permiso a sus esposos para salir solas de día[4], donde una de cada tres vive violencia doméstica, donde ocurren cinco violaciones sexuales por minuto[5] y donde cada tres horas y media aparece una mujer asesinada de forma violenta, todos estos “regaños moralistas al cadáver” como diría Monsiváis[6], son muestra de una sociedad que se empeña en culpar a sus víctimas porque así es más fácil ignorarlas.
Debemos repetirlo fuerte y claro: en el México de hoy, ese donde, a decir del Secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, se viven “los mejores tiempos de seguridad en una década”,[7] cada tres horas y media muere una mujer de manera violenta; la mayoría son violadas y torturadas antes de que su asesino las asfixie o apuñale, para después mutilar o arrojar su cuerpo a la vía pública. Pero esta degradación humana no obedece exclusivamente al machismo imperante. En el tema del feminicidio en México se conjugan múltiples circunstancias, que lo han fomentado al grado de ocupar el primer lugar en América Latina en asesinatos de mujeres.
Un factor clave es la descomposición del Estado, un Estado devorado por la corrupción y sumido en una profunda crisis de credibilidad y de representatividad. Un Estado que sólo es capaz de rearticularse a partir del monopolio de la violencia y de las redes de complicidad e impunidad que ha tejido con el crimen organizado y los poderes fácticos. Un estado que ampara el crecimiento de la violencia, invisibiliza a los culpables y niega a sus víctimas. En el caso de los feminicidios podemos ver los mecanismos de esa impunidad en todos los niveles. El primero recae en el marco legal, pues si bien se han tipificado los feminicidios en los códigos penales de todos los estados -excepto Chihuahua-, en la mayoría de los casos es letra muerta, toda vez que, de la gran mayoría de estos crímenes de odio que se cometen a diario, muy pocos son investigados y tipificados como feminicidios, lo que en buena medida se explica por el costo político que esto representa para las autoridades[8]. De nada sirven los marcos legales si no se cuenta con la voluntad política de aplicarlos cabalmente.
En contraparte, y? aunado a esto, en 16 estados del país todavía existe el concepto de “crimen pasional” o su versión “progresista”: emoción violenta. En un código de valores y leyes moralizantes que nos remiten al siglo XIX, donde los hombres por cuestión de “honor” pueden asesinar a sus conyugues en casos de infidelidad, se asocia la vida de la mujer a la propiedad masculina y se consiente legalmente el abuso (En Michoacán, por ejemplo, se reduce una condena de asesinato a un periodo de 3 días a 5 años)[9].
Si a la ambivalencia en las leyes agregamos la actuación indolente de policías, ministerios públicos y jueces, que siempre apuestan al cansancio de los familiares y a la amnesia social, el panorama se hace aún más sórdido. Cuando Rosa denunció a su pareja por violencia familiar, la agente del Ministerio Público decidió citar al agresor, pero el documento citatorio se lo entregó a la víctima, para que ella misma se lo hiciera llegar al acusado. La audiencia nunca llegó: Rosa fue atacada nuevamente por su pareja, quien esta vez la roció con gasolina y le prendió fuego[10].
?A Diana la mató su exnovio, Gilberto Campos García, porque había pasado la tarde con un grupo de amigos en vísperas de año nuevo. Días antes de que la apuñalara más de 50 veces, ella había tratado de interponer una demanda a su agresor pues había entrado a la fuerza a su casa, amenazándola. A pesar de ello, la respuesta que recibió del Ministerio Público fue que “las peleas entre novios no eran delitos”. Esto nos ha conducido a una terrible realidad: en México, el 85% de los casos denunciados por violencia a mujeres, y el 95% de los feminicidios quedan impunes[11]. Muchas de esas muertes pudieron y debieron evitarse.
La habitación de Rosa Diana, que sus padres decidieron mantener intacta, junto con su recuerdo.
Desde que en 2006 se puso en marcha la muy desafortunada “guerra contra el narcotráfico”, los feminicidios no sólo aumentaron en un 40%[12], además los esfuerzos por esclarecer las desapariciones y asesinatos de mujeres se encontraron cada vez más frente a la misma coartada. Ante el reclamo ciudadano, las autoridades suelen recurrir a la respuesta fácil, culpando al crimen organizado o criminalizando a las víctimas, eludiendo así su responsabilidad. Sin embargo, no podemos decir que el aumento de los feminicidios obedezca a una simple relación con el crimen organizado; como hemos mencionado, los factores son múltiples, y aunque evidentemente la violencia se ha generalizado en todos los niveles, vemos también que en los estados en que el narcotráfico no ha calado tan profundo, las muertes de mujeres no dejan de aumentar.
?Hay dos rasgos que unen este horror: la juventud de sus víctimas (entre 10 y 35 años) y la pobreza. Ahí “donde se distribuyen de antemano los escenarios del crimen”[13], la violencia hacia las mujeres carece de importancia. Como explica Julia Monárrez, feminista experta en feminicidios en Cuidad Juárez, ante el cuestionamiento de por qué no hay justicia: “porque [aquellas mujeres] no son importantes para el progreso, porque alguien ya las catalogó como residuos o como parte de lo que sobra, por eso los cuerpos de las mujeres y también de muchos hombres en México están ahí en la calle, como deshechos para que termine y se vayan desintegrando como se va desintegrando también la riqueza de nuestro país”[14].
?Y son los familiares aún más empobrecidos quienes tienen que lidiar con la corrupción que envuelve estos crímenes. La mayoría de los feminicidios inician con una desaparición forzada, y ahí también inicia el viacrucis institucional que tendrán que recorrer. Las voces de las madres repiten “Yo misma he tenido que buscar a mi hija. Las autoridades solamente me dicen: no se preocupe señora, su hija a lo mejor anda en Acapulco”[15]. Pero antes de llegar a esto, los familiares de las víctimas tuvieron que desembolsar lo poco que tenían, como María Eugenia, madre de una chica desaparecida y encontrada meses después en un tiradero del Estado de México, a quienes los policías ministeriales le pidieron dos mil pesos para iniciar el proceso, y como sus escasos recursos le impidieron cubrir la suma, los policías le ignoraron. Ésa es la tendencia general, las autoridades lucran con la desesperación de las familias, exigiendo cierta cantidad monetaria para que, por ejemplo, los perros huelan la ropa de sus hijas y, en teoría, las busquen. A otros se les exige que paguen la gasolina, la comida y el crédito en el celular que se gasta en un remedo de búsqueda que casi nunca da resultados[16].
Cuando la joven desparecida es encontrada muerta, en un gran número de casos por las diligencias de los propios familiares, las posibilidades de encontrar a su asesino se han esfumado. En el periodo 2012-2013, según datos oficiales, 3892 mujeres fueron asesinadas de forma violenta, de esta cifra devastadora sólo fueron investigados 613 casos y en sólo el 1.6% hubo una sentencia[17].
Esta violencia institucional deja sin alternativas y esperanza de justicia a miles de familias, atrapándolas en un juego perverso en donde los culpables serán eternos impunes y las mujeres eternas víctimas. Ante esto no nos queda más que la autodefensa[18], la organización social, que parece ser la mejor y la única respuesta, porque la batalla se libra en tres frentes entrelazados: el estado, el narcotráfico o el narco-estado, y la tolerancia social.
Sólo articulándonos como sociedad con acciones solidarias encontraremos avances; si los empresarios cierran filas para defender al ejército, nosotrxs debemos cerrar filas y defendernos a nosotrxs mismxs. Los femincidios nos atañen y golpean a todas y todos: la lucha no puede ser sólo de familiares y feministas, todas y todos podemos y debemos involucrarnos. Suscribiendo las palabras de Omar García, compañero de los 43 estudiantes desaparecidos en Ayotzinapa, y testigo del secuestro: “Que nadie olvide que no somos los únicos, y tampoco las desapariciones son el único problema en México. Esto es por todo, junto a todos”.
Imagen de portada: Mayra Martell. Metas de Erika, desparecida en el año 2000 en Ciudad Juárez. Galería Ensayo de la identidad.
[1] Cifras proporcionadas por el Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio, México, http://observatoriofeminicidio.blogspot.mx/
[2] http://www.proceso.com.mx/?p=337350 , 17 de junio de 2013
[3] http://www.sdpnoticias.com/local/ciudad-de-mexico/2014/07/31/capturan-a-genio-homicida-le-esperan-60-anos-de-carcel-por-feminicidio
[4] Sin embargo, México, país de políticos misóginos y reacios a empoderar a las mujeres, 27 septiembre de 2014.
[5] Dresser Denise, “México machista” en Proceso, 26 de marzo de 2013.
[6] Monsiváis Carlos, “Escuchar con los ojos a las muertas” en Letras Libres, No. 49, 2003.
[7] Proceso, “Vive el país “sus mejores tiempos de seguridad en una década: Segob”, 12 de febrero de 2015.
[8] Para comprender más el entramado de esta impunidad, ver la entrevista que hace Lulú Barrera en el programa Luchadoras de Rompeviento TV a María de la Luz Estrada y Yuriria Rodríguez del Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio https://www.youtube.com/watch?v=kDC7_HIHG_c
[9] Feminicidio en México. Aproximación, tendencias y cambios, 1895-2009, ONU Mujeres-Instituto Nacional de las Mujeres, México, 2011, p. 25.
[10] Ibid, p. 24
[11] Datos proporcionados por el Instituto Nacional de las Mujeres en México en 2012.
[12] http://www.sinembargo.mx/04-11-2013/804095
[13] Monsiváis Carlos, “Escuchar con los ojos a las muertas” en Letras Libres, No. 49, 2003
[14] Entrevista a la Dra. Julia Monárrez y la Dra. Rita Laura Segato, especialistas en femincidio por el Canal UCR con la temática ¿Por qué matan a las mujeres? https://www.youtube.com/watch?v=T-z94HF3DxM
[15] Reportaje Así matan a las mujeres en México http://www.liberacionmx.com/nota.php?NotaID=2164
[16] Ibid
[17] Cifras proporcionadas por el Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio, México, http://observatoriofeminicidio.blogspot.mx/
[18] Lydia Zarate ha expuesto efectivos ejemplos sobre la autodefensa de las mujeres a nivel mundial en su artículo Autodefensa o fosa, la decisión urgente que hemos de tomar las mexicanas, https://www.laquearde.org/2014/12/04/autodefensa-o-fosa-la-decision-urgente-que-hemos-de-tomar-las-mexicanas/