Violadas. Por Ruth Zurbriggen

Claudia (26) nos llamó desesperada. Cuando tomó la decisión de abortar creía estar de 15 semanas. Una revuelta primeriza en la atención del teléfono notó su desesperación.  No había tiempo que perder, lo sabe, hace años acompaña a mujeres a abortar. Claudia había conseguido un turno para una ecografía para el día siguiente. Nos encontraríamos una hora después del turno. En la misma clínica. Era necesario activar la urgencia.

Daniela (22) primero nos escribió. Luego llamó para pautar un encuentro. Vive cerca de Neuquén, en una localidad del Alto Valle. Podíamos verla ahí en tres días, íbamos por la inauguración de un ciclo de cine debate organizado por un Centro de Estudiantes de un Instituto de Formación Docente. Lo estrenaban orgullosxs con la película Ella se lo buscó, de Susana Nieri, sobre la vida de Ivana Rosales.

Era un jueves de sol. Claudia me olió. Se acercó segura hacia mí como si me conociera desde siempre y sin más preámbulos me dijo “estoy de 16 semanas, mañana me dan la ecografía”. Respiré hondo. La invité a la plaza cercana. Mientras caminábamos, sacó de su bolso un papel pequeño, en el que se podía leer en tinta azul: “La Revuelta, 154722618”. Una médica se lo había entregado a su jefa, con quien una semana atrás se animó a hablar de lo que le pasaba. Así dio con nosotras.

Sabía del embarazo desde hacía semanas, “sólo que estaba paralizada”. Sabía exactamente cuándo quedó embarazada y pese a haber tomado la anticoncepción de emergencia -dentro de las 24 horas del ataque- no pudo evitarlo. No entendía por qué en su cuerpo no habían hecho efecto. Sí entendía que quería salir de la parálisis en la que estaba y abortar. “No quiero, ni puedo, si avanzo con este embarazo toda la vida se me va a venir eso que me pasó”. Claudia fue violada, en su casa. Se refiere a la violación como eso que me pasó. “No entiendo, era mi amigo, lo conozco desde la escuela secundaria”. La atacó una noche, así, sin más, tan inesperado como inmovilizante. “Se lo pude decir un día y dice que yo exagero, nunca habíamos tenido nada, éramos buenos amigos”. De ahí en más nunca más volvió a verlo ni a atenderle el celular, en su familia nadie entiende por qué ese alejamiento tan repentino. “Hace una semana pude hablar con mi jefa de todo esto y ella me explicó que mi religión no puede imponerme esto. Ya quedamos que mañana no voy a trabajar para poder hacerlo”.

Claudia se negó a que armemos el camino del reclamo por el aborto legal que sí le corresponde por ley. Inició su aborto en su casa y lo culminó en el hospital como habíamos quedado. Nos hablamos hasta el momento que iba en el taxi. Abortó. Abortó el ataque misógino.

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Daniela tampoco habló de violación en el encuentro que tuvimos con ella dos revueltas socorristas. Sin embargo, relata haber estado en una fiesta en febrero. En su memoria su último recuerdo es haber tomado fernet que le convidó “un compañero de trabajo”. Al día siguiente “me desperté en mi casa con algunas cosas revueltas y la puerta abierta sin llave”. Al malestar y dolor de cabeza se le sumaban dolores intensos al orinar, “de a ratos orinaba con sangre”. “Nadie tiene que enterarse de esto, tengo una leve sospecha de quién lo hizo, pero no puedo hacer nada, era una fiesta de policías”. Daniela es policía. Cuando nos lo dijo –como ocurre cada vez que nos juntamos con una mujer policía- me puse pálida, pero me sobrepuse rápido con la broma de mi compañera, que le dijo: “No nos vas a pegar cuando estemos en una marcha ¿no?, nosotras somos docentes”. Nos contó que a veces le toca estar en la puerta del juzgado, “van mujeres y nos dicen de todo. Si yo estuviera del otro lado seguro haría lo mismo, pero es mi trabajo, me obligan a pararme ahí”.

También le ofrecimos acompañarla en el reclamo por el aborto en el hospital, insistimos que está amparada por la ley, que sabemos dónde y cómo solicitarlo. Tampoco quiso, “no, voy a hacerlo sola, como lo hizo una amiga que me habló de ustedes, no quiero que nadie se entere, si estoy internada tendré que dar explicaciones a mi familia, no”. Daniela también abortó.

Todas las mujeres son violadas alguna vez en la vida”, escuché cientos de veces en la obra de teatro Al pie de la teta escrita por Sebastián Fanello. Todas.

La rabia me atraviesa entera cuando me encuentro con situaciones como las de Claudia y Daniela. La misma rabia que me producen las quejas de algunos varones que nos acusan de violentas por grafitis del tipo: “Sigan jodiendo, nos estamos armando”. El machismo violador imperante no nos da tregua. Tampoco el machismo institucional del Congreso Nacional que niega el derecho al aborto legal, seguro y gratuito. Contra todas las formas de machismo, nos seguimos armando.

La Revuelta, colectiva feminista, se inspiró en los socorros rosas de las feministas italianas de la década de los 70. Por primera vez en Neuquén y en el país, un grupo de mujeres se organizó para facilitar el derecho de otras mujeres a abortar. Funcionó primero con el “boca a boca”, sin demasiada publicidad pública para garantizar seguridad y evitar posibles persecuciones. Pero con el tiempo, el derecho a abortar fue ganando espacios y cuerpos, el servicio se consolidó, y la sororidad de Las Revueltas se hizo federal. En 2013 se conformó “Socorristas en Red”, una red de activistas feministas que arman socorros rosas en distintos puntos del país. Este año Las Revueltas presentaron el primer informe sobre el servicio en Neuquén, difundiendo así números reales sobre abortos con misoprostol. Esto fue posible porque desde 2010 las revueltas llevan un ordenado registro de las mujeres que acompañan.

http://larevuelta.com.ar

https://www.facebook.com/larevuelta.colectivafeminista?ref=ts&fref=ts

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