Para muchas culturas en el mundo, y en particular para las culturas latinoamericanas ancestrales, la reproducción y la maternidad eran consideradas fuente de fortaleza, sabiduría, fertilidad y trascendencia de la naturaleza; hoy en día el significado de la capacidad reproductiva de las mujeres ha sufrido cambios que, en muchos casos, han sido utilizados como excusa para el control de nuestros cuerpos.
En el México contemporáneo “la madre” es presentada con cierto misticismo y sacralidad, sin embargo, no se le reconoce el tiempo y la energía que invierte en las labores de crianza y cuidados de las y los hijos. A la “madre” (en abstracto) se le asignan características sobrenaturales que “anulan” la propia condición humana de las mujeres y reducen su importancia en la sociedad a su capacidad reproductora. En esta representación ideológica de “la madre”, se observa una figura de cohesión, autoridad, fortaleza y amor, no obstante, también se observa el sufrimiento, la incondicionalidad, la despersonificación y la entrega total para el cuidado de otros y otras; lo que trae consigo perjuicio en el desarrollo y la salud de las mujeres, así como una alta responsabilidad ante lo negativo que pueda suscitarse en las familias y la sociedad entera.
En la construcción de la figura maternal la celebración del 10 de mayo juega un rol importante, ya que perpetúa en la memoria colectiva el halo mítico y sagrado de “la madre”. El propósito de su instauración era generar un contrapeso al movimiento feminista que estaba fortaleciéndose en esos años y que planteaba, entre otras cosas, la reivindicación de la libre decisión de las mujeres sobre su reproducción.
En 1916 se realizó en Yucatán el primer congreso feminista donde, entre otros temas, se discutió la libertad de las mujeres para decidir sobre sus propios cuerpos y su reproducción. Para 1922, durante el gobierno de Felipe Carrillo Puerto, mujeres organizadas hablaron en todo el estado sobre su emancipación y sus derechos, por lo que varios periódicos locales con tendencia conservadora emprendieron una campaña de desprestigio en contra de las feministas que promovían estas ideas. El periódico Excélsior, con el apoyo de José Vasconcelos -entonces Secretario de Educación-, el arzobispado mexicano y otras instituciones como la Cruz Roja, retomaron la celebración del día de la madre de los Estados Unidos de Norteamérica e iniciaron una campaña propagandística que premiaba cada 10 de mayo a las mujeres más prolíficas, más sacrificadas y abnegadas, costumbre que perduró hasta 1968. En 1949 el entonces presidente Miguel Alemán inauguró el “Monumento a la Madre”.
Periódico Excélsior, miércoles 10 de mayo de 1922.
Se crea el “Día de la madre” en respuesta a los movimientos feministas
que comenzaban a promover los derechos reproductivos y sexuales de las mujeres.
La celebración del 10 de mayo lleva consigo una serie de planteamientos fundamentados en una idea tradicional de la maternidad; es vista como una fuente inagotable de amor incondicional, abnegación y deshumanización de las mujeres; también se reproduce la idea de que la capacidad gestacional de las mujeres es su objetivo, fin último y la esencia fundamental de la feminidad.
Lo anterior nos muestra cómo en nuestras sociedades se ha implantado una idea que hipervalora la maternidad como una capacidad inherente a las mujeres, y que las “realiza” en su dimensión “femenina”. Se nos educa desde niñas para creer que la culminación del proceso de crecimiento como personas llega sólo si nos convertimos en madres; bajo esta creencia, muchas mujeres crecemos esperando ese “gran momento”. Cuando tenemos hijos e hijas, es muy común que las mujeres anulemos otras esferas de nuestras vidas, justificándolo en “el deseo de dedicarnos plenamente” a esa labor, con la finalidad de ser una “buena madre”, lo que implica en sí mismo una forma de violentar el pleno desarrollo de las mujeres, derecho fundamental de todas las personas.
Las mujeres que no desean o no pueden ser madres y que además desempeñan otras labores relacionadas con su crecimiento personal son menospreciadas, cuestionadas, culpabilizadas y discriminadas por no “cumplir cabalmente con su rol” y suelen ser castigadas, ya sea social o penalmente, por no llevar a cabo “su labor histórica”. De esta forma las labores de cuidado de los seres humanos se ven como un asunto que nos corresponde “naturalmente”.
Estas ideas conservadoras reducen en la práctica real y cotidiana las posibilidades de desarrollo en otros aspectos de nuestras vidas, incluyendo la vida pública y la toma de decisiones, y se nos prepara desde la infancia para cumplir roles de género limitados al ámbito del hogar, e incluso cuando las mujeres llevan a cabo actividades fuera de casa se considera que su espacio por excelencia es ése y su actividad principal es la crianza.
Sin embargo, más allá de la idea idílica de la maternidad, relacionada con el amor y las satisfacciones que sí podría ofrecernos esta vivencia, en el día a día encontramos a mujeres reales que viven este hecho con complicaciones cotidianas, muchas de ellas fatales, como consecuencia de la socialización de estos planteamientos que limitan el pleno goce de los derechos humanos de las mujeres.
Así, podemos encontrar a mujeres con problemas de fertilidad que se someten a tratamientos costosos y agresivos para lograr un embarazo. Vemos a niñas y adolescentes abusadas sexualmente obligadas a parir hijos e hijas de sus violadores o que son obligadas a casarse con hombres adultos y embarazarse, en un acto que, lamentablemente, no es considerado un abuso, sino una práctica cotidiana en sus comunidades. Podemos observar cómo las adolescentes son expulsadas de sus escuelas, o se ven obligadas a desertar, porque socialmente se les obliga a continuar con esos embarazos, pero no se les provee de ningún tipo de apoyo institucional para sortear dignamente tal situación. Encontramos a mujeres indígenas que paren en los patios o jardines de los hospitales porque se les niega el servicio simplemente por ser quienes son, aunque la mayoría vive en comunidades alejadas de los hospitales y paren en condiciones de insalubridad y riesgos. Vemos también a mujeres que son obligadas a parir y parir hijos e hijas durante toda su vida como resultado de creencias religiosas o por falta de educación sexual, terminando cansadas, enfermas y anémicas. Encontramos a mujeres con enfermedades crónico-degenerativas obligadas a suspender sus tratamientos porque ponen en riesgo sus embarazos; a mujeres que no quieren o no pueden parir y criar descendencia encarceladas por interrumpir sus embarazos o perdiendo la vida en la clandestinidad; a mujeres pobres y parturientas que, si tienen un poco de suerte y pueden acceder a un espacio en una clínica u hospital público, son violentadas, exhibidas y responsabilizadas de su condición. Como éstos, existen miles de casos de violencia obstétrica, pobreza y exclusión. Todas estas realidades, sin duda, nos orillan a cuestionar y cuestionarnos en nosotras mismas el ejercicio tradicional de la maternidad y a buscar nuevas alternativas que dignifiquen esta labor.
Celebraciones como el 10 de mayo banalizan el esfuerzo y el trabajo que realizan las mujeres que crían hijos e hijas y generan una cortina de humo sobre las problemáticas reales a las que éstas se enfrentan día a día. La idealización de la maternidad des-politiza, des-sexualiza y des-socializa a las mujeres; por ello, es necesario y urgente hacer nuevos planteamientos respecto al ejercicio de la misma.
En la actualidad, gracias a los estudios en diversas áreas del conocimiento, hemos logrado hacer una división fundamental entre la reproducción y la maternidad, y aclarar sus diferencias. Ahora sabemos que la reproducción es un hecho meramente biológico, y que la maternidad es una construcción cultural que está relacionada con la experiencia y el significado que le asigna cada sociedad, y que varía dependiendo de las necesidades de cada persona, sociedad y momento histórico.
Las mujeres, en nuestra condición humana, somos erráticas, cambiantes y diferentes, por lo tanto, existen diversas experiencias de la reproducción y de los significados que cada una le damos a la maternidad; sin embargo, para vivirla de forma que no nos limite y nos permita desarrollarnos plenamente en otros espacios de la vida, se hace prioritario -como escribiría Brigitte Vasallo en uno de sus textos- desmaternalizarnos; es decir, romper con la maternidad como destino y convertirla en una elección.
Desmaternalizarnos implica dejar de ser “madres” en lo abstracto para comenzar a “tener hijos e hijas” en lo particular. Es decir, ser “madre” implica la anulación de nuestra condición como mujer, elimina la personalidad propia y cambiante y le asigna una unívoca, la de ser madre; somos en tanto somos madres y el ser madre se convierte en el centro del ser mujer. Por el contrario, tener hijos e hijas es reconocernos como mujeres, sujetas de derechos que podemos elegir vivir una de varias facetas: la reproducción. Por ello, es imprescindible dejar de ser madres para comenzar a ser mujeres con hijos e hijas.
Las mujeres no nacemos listas para ser madres, y la maternidad no es sagrada, en tanto que es una construcción cultural totalmente humana, por lo que parir y/o críar hijos e hijas no nos hace madres. La crianza implica un compromiso ético, de responsabilidad con las otras y los otros y de un amor, no dependiente, que no necesariamente llega en el momento en el que se conoce a los hijos e hijas, que puede tener un proceso de aceptación y que no siempre se experimentará con la misma intensidad, porque cambia con el tiempo.
Para finalizar, considerando que la maternidad es una construcción cultural que adquiere el significado que cada persona quiera darle, comencemos con darle un significado liberador, cambiemos la maternidad como destino y considerémosla una elección. Elijamos ser mujeres sexuadas, politizadas y sociales que pueden o no parir. Si decidimos parir, elijamos ser mujeres con derechos y con hijos e hijas pero no “madres” del mundo; elijamos ser mujeres libres que crían libremente o que libremente eligieron no criar.
Hola,
He leído tu artículo y me han llegado muchísimas dudas, tal como tú también las has de tener. Sin embargo, tomaré en cuenta que por la brevedad del escrito, seguramente tuviste que pasar muchos detalles por alto y hacer, más que nada, una especie de resumen de todas tus ideas.
Ahora bien, tu perspectiva sobre el día de las madres me parece interesante y nunca lo había pensado de manera tan radical. Supongo que siempre me molestó el exceso que se forma alrededor de esta festividad (tal como cualquier otra), pero nunca lo vi tal como tú lo describes: mistificación=deshumanización. Obviamente algo sagrado no es humano, pero también de lo humano deviene lo sagrado. Algo que me parece no tomas en cuenta.
En fin…esa no es mi principal duda, sino que ¿cómo lograr que una mujer sea politizada, sexuada y socializada al quitar este problema ontológico de la “madre” para quedarnos solamente con “una mujer que tiene hijos o hijas” (más profundo según tu perspectiva)? Porque a mi me parece claro que al hablar así de una mujer, se le está despersonalizando aún más. Yo soy Gaby, y como tal me considero Gaby cada vez que me relaciono o cada vez que simplemente no lo hago; quiera o no, Gaby es mi nombre y, de alguna manera, eso me conforma como lo que soy (con todos los problemas ontológicos que eso pueda acarrear) Ahora bien, digamos que yo ya no fuera “Gaby”, sino “una persona de sexo femenino que elige” No dejo de ser Gaby, pero sí dejo de ser “reconocible” ¿Y no es justamente esa la lógica neoliberal, industrial, empresarial y burocrática? ¿No es lo que se busca en una dictadura, no es de lo que trata “1984”? Tanto el nombre Gaby, como el nombre “madre” son una construcción cultural, eso ni dudarlo, pero no alcanzo a ver que el nombre “madre” se use solamente para despersonificar, explotar, abusar, legitimar. Así como tampoco creo que sea dañino por el hecho de ser abstracto, pues Gaby, en cierta forma, es también abstracto, pero yo le doy cierta dirección y significado. La abstracción no es necesariamente unívoca e inequívoca (No hay que ponerse demasiado hegelianos), sino que puede ser algo a lo que se aspira (en este caso, el ser “madre”). Sí te doy toda la razón en el problema de querer meter a todas en el mismo saco y que, obviamente, se mira de soslayo el sacrificio de personas concretas que dan su vida por alguien más. Como en todo, hay excepciones. No creo que todas sean la misma “madre” porque qué hueva, ¿en dónde quedaría tanta diversidad? Pero tampoco creo que tu “solución” lo sea simplemente. Tal vez el problema de la maternidad sea insoluble e injustificable pero eso lo vuelve complejo y diverso al mismo tiempo. Y vuelvo a mi pregunta: ¿no crees que definir a una madre como una “mujer que tiene hijos e hijas y elige” es increíblemente insípido, gris, común y “despersonificador” (sea lo que sea que eso signifique)?