La piedad, obra renacentista de Miguel Ángel, ilustra con su propuesta estética de belleza y juventud el numen de la maternidad occidental moderna. Al final de la Edad Media empiezan a perfilarse las instituciones sociales occidentales, la modernidad define la virilidad en su contexto de control y dominio, y ubica a las mujeres en los espacios privados, pero también como “reproductoras” de hijas e hijos, particularmente de estos últimos, continuadores de la estirpe familiar.
Es a finales del Siglo XVIII cuando las mujeres empiezan a cuestionarse el papel histórico madre-nodriza como parte de un sistema social en el que, al igual que La piedad, es presentado junto a los ideales de abnegación, entrega, amor y, por supuesto, la perfección, alcanzada con la hija o hijo en brazos.
La maternidad constituye, por mucho, un tema fundamental en la reflexión feminista. Hace unos días escuché a una amiga decir: “Yo no tuve hijas/os porque no lxs iba a criar sola, y porque no encontré a un hombre responsable con quien compartir esa tarea”. Hablar de maternidad nos obliga a establecer diferencias y a romper premisas ligadas a ella en automático por la sociedad. La primera de ellas es suponer que parir implica forzosamente la maternidad y, a la inversa, que la maternidad está ligada a “darle uso al cuerpo femenino para lo que fue hecho”.
En los últimos años he perfilado con mayor claridad la razón del por qué sí y por qué no a la maternidad a partir de la reflexión que como feminista he hecho acerca de los procesos que vivimos las mujeres en relación con este hecho: por un lado somos hijas y forzosamente tenemos un “ideal” de maternidad en relación con nuestras madres; por otro, tenemos la posibilidad de ser madres y vivimos o convivimos con mujeres que son madres, y finalmente, a las que trabajamos en la defensa de los derechos de las mujeres nos toca ver de cerca todos aquellos casos que constituyen el ideal negativo de la paternidad, que lleva a las mujeres a vivir condiciones de marginación, violencia y falta de acceso a la justicia. Esto forzosamente nos conduce a la reflexión acerca de la maternidad y su relación con las paternidades, pues al final son las mujeres quienes se enferman por sobrecarga de trabajo para “sacar adelante a las y los hijos” cuando sus padres les niegan los alimentos, el nombre o la identidad.
Las mujeres vivimos en una sociedad en la que a diario nos bombardean con mensajes acerca de lo bueno que es ser madre, pero que omiten mencionar que más del 25% de los hogares es sostenido por mujeres que se matan trabajando porque sostienen solas a sus hijas/os.
También omiten mencionar, por ejemplo, que los hospitales y las instituciones niegan el acceso a los recursos necesarios para decidir libremente la maternidad cuando una mujer está embarazada y no desea ese producto. “Los médicos me dijeron que no era lo que quería, sino lo que había”, argumenta una mujer en una entrevista al hablar sobre el método anticonceptivo que falló y que le fue impuesto en un hospital.
¿Realmente las mujeres estamos decidiendo la maternidad? Yo creo que no, y no sólo por las negativas a la interrupción legal del embarazo en todo el territorio nacional (con excepción del Distrito Federal, en donde no es considerado delito hasta la semana 12), sino porque tampoco las que no tienen hijos están eligiendo esta condición, pues se ven forzadas a decidir a partir de las dificultades que saben que afrontarán si consienten ser madres, ya sea en solitario o en pareja.
Por una parte se trata de que no existen las condiciones sociales de igualdad para que una mujer pueda tener una hija/o y continúe contando con las mismas posibilidades de éxito profesional, de concluir una carrera académica o de tener acceso a becas, empleo, a tiempos productivos, a dedicar al cuidado de sus hijas/os horas que podrían dedicar a investigación, bajo la conciencia de que podrían ser llamadas egoístas y malas madres, entre otras linduras.
Incluso mujeres feministas, académicas, mujeres activistas que han decidido tener hijas/os en pareja, afrontan la dificultad de que son ellas las que deben asumir casi el 70% del tiempo que requiere su cuidado, y si deciden separarse de la pareja, padre de la hija o hijo, las probabilidades de que sean ellas las que se queden con “la cría” es casi del 95%. “Están más seguras/os y bien cuidadas/os con la madre”, es lo que se les oye decir a brillantes, solidarios y “sororales” varones que dejan a sus ex compañeras al cuidado de las hijas e hijos que ellos sólo verán un par de veces a la semana. Son ellas las que reparten el tiempo de academia en el cuidado de las y los hijos, son ellas las que están obligadas a llevarlas/os a la oficina. Son ellas las que deben renunciar a toda búsqueda de una beca en otro país mientras sean pequeñas/os. ¿Realmente están decidiendo y optaron por esa maternidad, o no les quedó otro remedio que asumirla cuando ya la tenían y se quedaron solas cuidando a las o los hijos? Mejor aún, ellas pueden llegar a argumentar “él es buen padre, la (lo) cuida en las vacaciones”.
La disyuntiva no es nueva. Charotte Perkins, autora de El tapiz amarillo (1892), vivió este dilema y decidió dejar con su padre a su hija, que fue criada por la segunda esposa de éste, cuestión que se refleja en la novela, pero también en la crisis que vivió Perkins a partir de esta decisión. Cuando la mujer decide construir su maternidad en el día a día es cuando realmente está eligiendo; no es una decisión que dura un día a partir del momento en el que acepta el embarazo o cuando va a parir, es una elección que debe construir todos los días, con la conciencia de todo aquello a lo que deberá renunciar en una sociedad que todavía exige y espera esa renuncia de las mujeres con la condición de permitirles ser “madres”.
No estamos decidiendo la maternidad ni siquiera aquellas que no tenemos hijas/os, como dijo la amiga que cité al principio, y coincido con ella en la razón de mi no maternidad. Tenía el deseo de ser madre pero no quería quedarme cuidando y manteniendo sola a una hija/o, y eso sí lo decidí con el tiempo, al ver a las mujeres que vivían las maternidades elegidas con un compañero y que al final terminaron criando solas a sus hijas/os, porque de nosotras se espera que seamos las fuertes que asuman la responsabilidad a la que el otro renuncia, pero también el cansancio y la fatiga, la renuncia de aquellas que vivieron su maternidad solas aparentemente por “elección”, pero con la doble o triple carga de una sociedad aún no hecha para las madres.
Es decir, por un lado se espera que las mujeres tengamos hijas/os, pero al mismo tiempo se restringe o no existe alguna condición social que pueda contribuir a hacer menos difícil esa tarea y a otorgarnos escenarios de igualdad que reconozcan la desigualdad histórica, y por tanto que reconozcan la maternidad como una tarea necesaria dentro de los procesos productivos.
A ninguna académica le otorgarán puntos por una hija/o como por publicar textos, como a ninguna mujer le otorgarán un descuento en la tienda porque es madre sola y está haciendo también el trabajo que le toca a otro. No hay espacios en las oficinas para que las mujeres lleven a sus hijas/os, y si esto sucede son vistas con recelo, en tanto que se admira y pondera al hombre que lleva a la hija o hijo al trabajo después de pasar por ella/él, porque ese día la madre tuvo algo que hacer.
Nos falta explorar en el reconocimiento de las maternidades sin la carga social-cultural que tiene imbricada y que es resultado del sistema patriarcal en el que vivimos, que nos dice qué significa ser madre y qué no. No sólo por la apología a la maternidad como un estado de decisión construido con bondades y cualidades, sino para reconocer las sobrecargas impuestas y ligadas a la maternidad perversamente para que inconscientemente seamos las mujeres las primeras en defender esas obligaciones como valores adicionales femeninos, o sin someter a discusión que la maternidad es un concepto cerrado y patriarcal, en tanto madre-cuidado.
La relación con mi madre, quien se fue a otra ciudad cuando yo tenía 8 años, me condujo a pensar en este punto dentro de mi feminismo en una ausencia construida desde el patriarcado. Fue a través del feminismo que pude entender que ella ejerció su libertad a vivir, como Charlotte Perkins. Empecé por cuestionar la reproducción del discurso patriarcal que demandaba su presencia en mi vida. ¿Quién dice hasta qué edad una madre “debe” cuidar? ¿Quién dice cuántos hijos debe tener y cuándo tenerlos? ¿Quién dice que las mujeres realmente estamos eligiendo cuando elegimos no tener hijas/os porque vivimos en una sociedad desigual para nosotras, y porque esa desigualdad se agudiza con la maternidad, que resulta ser la condición más huérfana de las mujeres? ¿Cómo hemos construido nuestra noción de maternidad en gran medida con base en discursos patriarcales?
A veces las preguntas nos conducen a la reflexión.
Imagen de portada: Sistema Nacional de Fototecas