Cuerpos. Por Grossanka

Poca tu pinche padre donde te encuentres. Me caaaagas. Me enviaste face y whats después de varios días a pesar de que te hice algunas llamadas. Tu sensibilidad o tus intempestivos cambios de conducta, tan ejemplares, y por los cuales a veces discutíamos, me hicieron pensar un drama cotidiano, como solías llamarlo. Pero, cuando decidí buscarte, huevos, la chapa de tu departamento era otra. Poca madre. No has llegado, pregunté y nadie te ha visto. Desapareciste como fino ladrón sin dejar huella, sin dejar rastros dónde husmear. Sherlock Holmes o Agatha Christie y su Poirot, aquí valieron madre. Qué pasó, dime. Comprendo que nuestra relación tuviera esa soltura, esa independencia o libertad de no comunicarnos muchas cosas y una de ellas era el desconocimiento mutuo de nuestros centros de trabajo. Pero el depa. Nuestros encuentros, no lo entiendo. Aunque la verdad, la neta, me cagó siempre tu pinche silencio. No era cualidad. Un mutismo que compartí estúpidamente y envolvió nuestra relación. Muchas cosas quedaron en el aire por ese puto silencio y tuvimos y mantuvimos la idea de que hacer el amor, coger las nubes, coger las lunas, coger las nieves del Iztaccihuatl, cogerse a la mujer dormida, era una vacuna, un antídoto, contra nuestros vacíos. Pero las nubes se evaporan. Y me encabrona manifestar lo que traigo atravesado y comunicártelo por face. O en el whatsapp que viene a ser la misma chingadera. ¿Qué hice? Dime. ¿Dónde te encuentras?

Pequeños cuerpos sin entierro. Cuerpo profanado. Cuerpo silenciado del aparecido infantil, sin ser fantasma, debajo de un puente, en un andén, en un rincón desconocido. Envuelto en hilachos, en papeles. Cuerpos abandono. Agusanados. Míralos. Obsérvalos. Siente entre tus dedos la baba de los gusanos. Mira. Observa a los gusanos consumir el globo ocular, la pupila, el iris, gusanos, decenas de ellos, mineros infames explotar la cavidad. Obsérvalos morder los labios, fracturar las comisuras como praderas, como minas saqueadas. Baba gusana en la resequedad de la lengua, en los orificios nasales, baba descolorida succionar el residuo de los mocos. Baba en movimiento invadir los cuerpos e ir tejiendo zanjas, agujeros de guerra capitaneados por gusanos blancos con superficie anillada y armados con dientes de taladro. Baba. Gusanos. Rompen la piel desde el interior, como topos, asoman su cabeza, desorientados, huelen la descomposición de las nervaduras sin plasticidad y muerden, engullen, tragan insaciables.

Baba gusana en las fosas de los sin nombre

Baba gusana en los desaparecidos

Dude mucho, mucho, para hacer lo que hice. No fue fácil, créeme. Pero ya alguna vez en face te dije que no era partidaria de relaciones a largo plazo. Soy nave sin ataduras, sin anclas. Y menos las que se enganchan por una hija o por un hijo. Mucho menos cuando mi silencio. Cuando tu silencio “compartido”, nuestros silencios, los sentía forzados. Hay parte de verdad en tus apreciaciones. Cogimos y cogimos los colibríes que volaban temerarios hacia el Sol pero nunca llegamos a él porque desconocíamos el modo de vivir en ese planeta. No era el momento. No es el momento en mi vida, en nuestra vida, qué sé yo. No encuentro acomodo todavía, cómo decir, a mis ideas. Dónde diablos te acomodo en mi vacío. Una cosa si me queda clara, la decisión, la disposición sobre mi cuerpo, te lo dije también desde el principio, me pertenece. A nadie más, eso creo. En estos momentos no quiero escuchar ni sentirme víctima de opiniones. Decisión difícil, claro. Lo que pasó, pasó, no me busques. Es más, siento y veo cómo esta vida se nos escapa y nos priva y roba nuestro tiempo. Si mi esclavizante trabajo es suficiente no quiero convertirme todavía en rehén de algo no deseado. Mira, acudí a un hospital y los responsables me prometieron discreción, seriedad y limpieza para hacerse cargo del producto de la cirugía. Entiendes lo que digo ¿verdad? Mira, yo sólo firmé unos papeles y no quise saber nada, nada, de nadie, nada. Imagino tus pensamientos, tus palabras. ¿Sabes? Me siento castrada. Jodida. Me aguanto, sin violencia, sin lloriqueos escandalosos. Sin gritos. Es algo interior, mío, mío. Estoy passsssiva. No te pido, no me pidas, hoy solamente, deja que hable por nosotros el silencio.

El calor hacía de los toldos un sartén. Los autos caminaban con lentitud aumentando el fastidio de sus ocupantes de rostro agrio y sudado. Aullidos en nubes de claxon. Una onda de aire caliente arrastraba a esa hora un aroma pesado, un hedor infame mezclado con los caldos de pollo, la grasa de las carnitas y los tacos callejeros. Algún transeúnte, se menciona a una mujer madura, llamó a un policía y a los servicios médicos informando del olor nauseabundo que despedía una bolsa de plástico negra tirada fuera de un contenedor. Un joven manifestaba a los allí reunidos que ese olor lo despiden unos gases llamados cadaverina y putrecina de cuerpos en estado de descomposición. La bolsa tenía unas rasgaduras por donde se veían manchas de sangre. Primero llegó la ambulancia, la gente dio paso a los paramédicos, quienes abrieron allí la bolsa y encontraron dos fetos envueltos en gasas. Agusanados. Mira, tienen mordeduras – dijo uno de los hombres de blanco – mmm, parecen de un roedor pequeño – dijo el otro.

Fernando Bernal Olmedo. Músico que en acto de reflexión ve recorrer  impunemente  la injusticia en nuestra realidad. Arde por impedir y desterrar las prácticas de sujeción y violencia al pensamiento y cuerpo de las mujeres, que actúan a la luz y en las sombras de esta sociedad.

 

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