“… Y bendito sea el fruto de tu vientre, Jesús.”
Y el producto finalmente fue expulsado del cuerpo que una mujer prestó para que naciera una vida, una futura vida de mierda. Eran las 3 de la tarde de una larga jornada de universidad para Pilar, durante la cual no pensó en Cálculo II, que estaba a punto de reprobar, ni en ninguna otra asignatura, sino que se quedó pegada con las palabras del profesor de Mercadotecnia:
-En mercadotecnia, un producto es una opción elegible, viable y repetible que la oferta pone a disposición de la demanda, para satisfacer una necesidad o atender un deseo a través de su uso o consumo…
Estas palabras la hicieron pensar profundamente en el producto que anoche había pateado su útero desde adentro y pensó: lo que se hereda no se hurta. Y es que el fabricante de tan indeseable producto lo pateó desde afuera un par de veces.
Pilar también pensó en la disposición de la demanda y trató de recordar sus juegos infantiles, se cuestionó, se abrió la carne, los huesos y penetró con un cortacartón su propia médula buscando algún indicio de demanda para la oferta de tan brutal y vivo producto.
Ya van varios meses desde que Pilar guarda en su útero a un producto con genoma de fruto y cara de bestia, pero en su cabeza no sabe bien cuánto tiempo ha pasado, porque alguien le dijo que imagine que dentro de ella no hay más que agua.
Se siente perseguida, se siente observada, al punto de que no le queda tiempo para sentirse víctima. Mira a los ojos de su madre en busca de algo y ella los esquiva, mientras su padre la mira desde siempre pero desde más lejos, desde esa tarde en la que ella lo citó en un parque, como al pololo que nunca la dejó tener.
A Pilar lo vecinos la miran y ella los ve como a la pantalla de un cine de terror mudo, como a una película demasiado vieja y muy tenebrosa que a ratos se vuelve real. Esta entre asustada y tranquila, porque sabe que no tiene plata pero que tampoco tiene culpa, porque sabe que no siente y de pronto algo late.
Corre el tiempo como los niños que Pilar mira correr en la calle, mientras la mirada se pierde en pensamientos que a ratos son los de una mujer ilusionada, que a ratos son los de una adolescente, de una niña… a ratos se pierde de verdad y se encuentra en su cama sacándose la faja.
De alguna forma el cuestionamiento abarca desde adentro hasta un existencialismo inexistente en alguien como ella, de pensamiento tan concreto, y la lleva a preguntarse qué es, meditación dentro de la cual encuentra la tenebrosa definición de “Fruto de una relación que derivó en matrimonio forzoso”, palabras que por supuesto aterran a la mujer que prestó el cuerpo para la fabricación de un producto al que define como producto porque sabe que de ese ritual, no nacen frutos, sino productos.
¡Y el producto finalmente fue expulsado! expulsado del cuerpo que una mujer prestó para que naciera una vida, una futura vida de mierda, una corta vida cortada por un cortacartón tangible, que podría bien cortar la médula pero sin encontrar nada.
Pilar se va a la Universidad y llega radiante, diferente, llega como llena de luz, la luz de un cuerpo ya no prestado.
Y… ¿Ahora qué?
Pilar, a quien ya conocemos, cumplió con prestar el cuerpo, lo prestó porque ya lo habían usado sin preguntarle, estaba demasiado acostumbrada a tener que prestar el cuerpo, pero no tenía por qué seguir prestando la cara.
Fernanda Vargas. Estudiante de algo que ha llegado a ser todo y a ratos es pedagogía. Sueño con algo que todavía no sé bien qué es, pero desde ya me hace inmensamente feliz. Quisiera sentir que mi apariencia es para bien, irrelevante.