Testimonio y relato de tres generaciones: abuela, madre, hija. Por Aura Paz

Razones

Yo aborté. Mi aborto fue un acontecimiento que tuve que callar ante muchas personas. Al silencio le acompañó el peso del tabú y del juicio social, un juicio inmediato y tácito que no admitía razones y que en cierto modo me hacía sentir mal, aunque en el fondo sabía que mi decisión era la correcta, que no querer tener un hijo requería mucho valor.

Asumirme como un sujeto constructor y consciente implicaba también caminar a contracorriente, y eso requería mucha solidez moral, responsabilidad y reflexión constante. Por qué tendría que callar algo que para mí ha sido una de las decisiones más importantes en mi vida, que me define y que, en su momento, también me transformó para mejorar. Es por eso que quiero contar detalladamente mi experiencia y con ello espero abrir un espacio de reflexión para todxs, pero especialmente para aquellas que han vivido el aborto y que, como yo, han pasado por el complicado proceso de entender, asumir y con ello apoderarse de su propia experiencia de una manera positiva.

No creo que quienes abortamos carezcamos de argumentos a nuestro favor, por el contrario, tenemos mucho que decir acerca de nuestras razones y también de nuestros sentimientos. Estoy convencida de que es necesario hablar acerca de nuestros procesos y nuestras experiencias, porque ni las instituciones, ni la iglesia, o cualquier persona, deban sacar conclusiones acerca de algo que les es ajeno: yo viví un aborto y es mi responsabilidad asumir y entender mis decisiones.

Mi historia

Me embaracé cuando tenía 21 años, en ese momento estaba en una de esas relaciones que no avanzan ni para atrás ni para adelante, esos momentos en los que dos personas no están realmente juntas, pero tampoco están del todo separadas, sin límites claros, sin amor pleno y sin poder entender el por qué de las ausencias. Quizás, querida lectora, sabes de lo que hablo y tú misma te has encontrado en una situación similar. Ese tipo de etapas suelen ser algo tormentosas, a veces tienen momentos de humillaciones y locuras, los sentimientos y la confusión nos impiden actuar y ver con claridad. El que me haya embarazado definitivamente sucedió por encima de las probabilidades. Justamente ese día, el de la relación sexual, me encontraba en el último de mi periodo, cuando, supuestamente, eran fechas poco fértiles y yo siempre he sido muy regular, lo que yo no sabía es que la ovulación no es exacta, y menos a esa edad.

Afortunadamente me di cuenta muy pronto de que estaba embarazada y de inmediato me hice una prueba de sangre. Cuando mi novio y yo abrimos el sobre me quedé pasmada: embarazo positivo. No puedo describir con palabras lo que sentí, lo impresionante que es saber que la posibilidad de dar vida existe. Me faltó el aire y tuve que salir, no pasó un minuto cuando estallé en llanto y lloré por horas, el pobre hombre con el que estaba sólo me miraba, quizás pensando que eso era demasiado para mí, y entonces se hizo obvio que yo no quería estar ahí en mis propios zapatos; antes de ese momento siempre había repetido lo mismo: ¡yo no quiero tener hijos nunca! Pensaba que tenía muchas cosas por hacer, que tenía que jugar un papel en la vida y sentía que el mundo era pequeño, que lo podía todo, que sólo con pensarlo bastaba para empezar a transformarlo todo. Aunado a eso, no sólo no tenía dinero y aún vivía con mi madre, sino que no estaba ni a la mitad de mi carrera y en verdad quería terminarla, deseaba con todas mis fuerzas seguir formándome. Para mí estaba claro, no podía ni quería tener un hijo, no en esas circunstancias, no con esa persona, no en ese momento.

Para poder arreglar todo, lo primero que hice fue contárselo a mi mamá, creo que tuve mucha suerte por tener una familia consciente y que me apoya. Mi mamá me preguntó qué quería hacer y me ayudó a conseguir de inmediato una clínica para abortar. Como yo no trabajaba, mi mamá me apoyó y se dividió los gastos con mi novio. En ese año el aborto aún no era legal y yo había escuchado y visto en televisión muchas veces la misma historia; una mujer quiere abortar y llega a una clínica del infierno, clandestina, sucia, con doctores que además de robarte y maltratarte, tienen una dudosa procedencia, al menos así es como yo lo imaginaba, como una verdadera pesadilla. Para mi sorpresa, mi doctora de cabecera había trabajado en una clínica especializada en la mujer y en la atención a la pareja. La clínica donde me atendí es la mejor en atención ginecológica en la que he estado y es donde hasta la fecha me atiendo. Las doctoras no me trataron como un número más, me trataron como ser humano, como su amiga o su familiar, con el respeto y humanidad que cualquiera merece, una psicóloga habló con mi novio y conmigo acerca de cómo nos sentíamos, el lugar no era una clínica fría de color blanco, sino que parte del mobiliario y el uniforme de las doctoras tenía un tono de mi color favorito: el lila. Quizás parezca absurdo ese detalle, pero a mí me parece que el color blanco no siempre es sinónimo de pulcritud y sanidad. Y a pesar de que allí no todo era blanco, ciertamente estaba limpio y bien equipado.

La doctora, mi mamá y yo decidimos que lo mejor para un embarazo de un mes y medio y las actividades que debía realizar, era una aspersión. Para comenzar con la intervención la psicóloga que me atendió me preguntó si quería escuchar música para relajarme: guitarra clásica o sonidos del mar eran las dos opciones, escogí la segunda. Un poco después supe que eso era para distraerme ya que una aspersión es algo bastante doloroso y a pesar de la anestesia local duele, se contrae el útero y el dolor es similar a un parto, sólo que en este caso dura quince o veinte minutos. Cuando terminó la intervención me ayudaron a colocarme en una cama, me taparon con una manta y me dieron un té de manzanilla, estuve en reposo como 45 minutos, después pude irme a casa acompañada de mi novio y mi mamá. Definitivamente todo se solucionó de la mejor manera posible

A pesar de lo anterior hay algo de suma importancia durante ese proceso que cambió radicalmente mi manera de pensar. Después de enterarme del embarazo y atar todos los cabos, lo muy cansada que estaba, mi capacidad asombrosa de cicatrización y las punzadas en el abdomen, noté un cambio muy importante en mí: mi relación pasó a segundo término. Ya no me importaba tanto si estaba o no con mi novio, si podíamos seguir juntos o no, me pareció más importante hacerme cargo de mi futuro, de lo que quería para mi vida y lo difícil que sería lograrlo. Junto con ello vino de golpe hacerme más responsable de mi propio cuerpo, empecé a observarlo más detenidamente, a leer los signos y recordar todo mi historial: me di cuenta de que el cuerpo habla. Todo lo que sentimos nos indica nuestro estado de salud, la emoción, la enfermedad y la transformación. El simple hecho de saber que podría ser madre despertó en mí una fuerza y una energía que no sabía que existía. Me cuesta trabajo explicármelo de manera racional, pero sé que sucedió y mi antigua postura en torno a la maternidad cambió, ahora sabía que quería ser madre algún día, pero no en ese momento, supe que ésa era una decisión importante y que requería mucha preparación y conocimiento, el ser madre debe ser una elección del todo responsable y que en caso de que se desee, debe entenderse como parte del proyecto de vida.

No me considero culpable o inmoral por haberlo hecho, tampoco creo que sea un simple procedimiento frío que implique desechar una célula del cuerpo. Para mí es interrumpir un proceso del cuerpo de la mujer, un proceso sumamente complejo y asombroso, interrumpir un embarazo toma más tiempo del que parece, porque el cuerpo y la mente deben asimilar la decisión, ése es un momento de reflexión y de balance que puede aportar mucho a la mujer y ayudarla a madurar, quizás para revalorar el camino que trazamos en nuestra vida, nuestras aportaciones al mundo más allá de la maternidad, o para decidir el cuándo y cómo. Por otro lado, creo que es importante hacer hincapié en algo que creo firmemente: muchas veces los abortos ocurren en contextos de pobreza, violaciones, conflictos y circunstancias de necesidad extrema, pero el decir que el aborto lo elegimos por razones económicas, por la pareja o por las circunstancias, no debe ser usado como un escudo: cuando la mujer no desea tener un hijo no hay nada más que decir, si yo no lo deseo, eso es una razón suficiente.

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El aborto en mi familia. Mi mamá y mi abuela

Mi mamá me contó que mi abuelita había abortado en varias ocasiones, lo sabía porque sus hermanas se lo habían contado y ella misma lo vio en una ocasión. Las experiencias de mi abuelita en torno al aborto sin duda se diferencian mucho en relación a la mía o la de mi mamá. La historia de mi abuelita es sin duda la más dura y mi mamá no puede contarme lo que sabe sin que se le llenen los ojos de lágrimas.

Mi abuelita se casó muy joven, como era usual en los años cuarenta, ella tuvo 7 hijos, de los cuales dos hombres murieron siendo niños a causa de enfermedades, los cinco restantes son cuatro mujeres y un hombre. Según me han contado mis tías y mi mamá, mis abuelos vivieron durante muchos años en la pobreza; mi abuelita era ama de casa y mi abuelito trabajaba como albañil, pintando casas y más tarde como carpintero. No sé con exactitud acerca de la situación económica que vivían o del balance entre los salarios en aquel entonces y el poder adquisitivo, pero al parecer ellos vivieron épocas duras de escasez, de no tener qué comer o qué vestir, de no poder cubrir las necesidades básicas. No es una historia poco común en México, más bien es la típica familia de campesinos con pocos recursos que emigran a la ciudad para encontrar mejores oportunidades de vida, algo que sucedió durante años y sigue sucediendo. Sólo pensar en el tipo de vida que debió llevar mi abuelita, me deja claro por qué una mujer decidiría abortar más de una vez. No sólo porque ella como mujer vivió toda su vida atada a las tareas del hogar, esclavizada, limpiando, preparando la comida, educando a cinco niños en situaciones precarias, donde a veces ni ella misma se encontraba en condiciones de seguir, con dos hijos muertos, quizá por la pobreza, la ignorancia o porque la vida se había vuelto un túnel en donde no podía más que caminar hacia adelante en un espacio mínimo y oscuro.

Mi mamá me cuenta: “Antes se utilizaban distintas cosas. Tomaban penicilina, ruda y otras hierbas que a veces combinaban intentando provocarse un aborto, pero no sé realmente quién les indicaba qué tomarse. Cuando yo tenía diez años estuve presente en el aborto de mi mamá. Llegué un día de la escuela y vi a mi mamá acostada en la cama con una sábana entre las piernas, se alcanzaba a ver la sangre. Yo no dije nada, ni sabía qué pasaba. A los niños de alguna manera los anulan, no se les pregunta, ni se les dice nada y yo no me atreví a preguntar.Yo estaba ese día sola con mi mamá, quizás ella sabía que algo estaba mal o sintió el peligro. Me dijo “corre con tu abuela y dile que llame a una ambulancia porque me estoy muriendo”, en ese momento yo sentí mucha desesperación, fui corriendo con mi abuela, que vivía a tres o cinco calles, ¡fui volando! pensaba que se podía morir. Mi hermano llegó primero a la casa y llamaron una ambulancia, cuando llegué ya estaban ahí y cuando vi la casa estaba todo lleno de sangre, botes llenos de sangre, toallas, mi mamá envuelta en una sábana desmayada… una de las peores cosas que me han podido pasar. Son dolores que toda la vida van a quedar. Yo me quedé esperando a saber qué pasaría con mi mamá. Yo no entendía nada, porque no sabía realmente lo que es un aborto. Como yo me quedé en la casa y vi todo manchado y lleno de sangre me puse toda la tarde a limpiar el cuarto, fue horrible. Después me enteré que mi hermana tuvo que conseguir dinero para pagar el hospital, tuvieron que hacerle una transfusión de sangre. Ahí terminó la historia, pero mi hermana dice que no sólo fue ése, sino que hubo varios abortos y creo que es completamente comprensible, ella tenía tantos hijos, a veces ni siquiera podía atenderlos, a lo mejor ya estaba harta, no quería más, también tenía dos hijos muertos, creo que es comprensible.”

La historia de mi mamá en sus propias palabras

La primera vez que me sucedió estaba muy joven, tenía veintidós años, en el 84, y fue una decisión muy difícil porque lo único que tenía claro era que no quería tener un hijo, a pesar de que trabajaba, no sentía que fuera el momento, quizás estaba con la fantasía de que primero debe uno casarse, pero además tenía miedo de enfrentar a la familia, a los papás, quizás la idea de que fracasaste o saliste con tu domingo siete. Era muy frustrante tener que enfrentarlo y decírselo a la familia. Iba a reflejar lo peor, que era una tonta por no cuidarme, inmadura y muchas connotaciones negativas que yo misma me daba; por otro lado, no teníamos las condiciones para enfrentarlo, sin casa, sin dinero. Fue una situación terrible, y tenía muchísimo miedo, no sabía lo que tenía que hacer o qué iba a pasar. Mi pareja buscó un lugar donde otro amigo también lo había hecho, pero yo iba con demasiado miedo, lo planeamos junto con su hermana para que pudiera llegar a algún lugar que no fuera mi casa y no tuviera que decirle a nadie. Eso también estaba mal, ese contexto de lo secreto, el hecho de que encerrara un ambiente de que se está haciendo algo terrible, algo macabro, pecaminoso.

Fuimos a un lugar donde había como una comadrona, en la colonia Roma y había ayudantes. Yo desde la sala de espera estaba temblando, ¡no pude controlar la temblorina nunca! Además en la sala de espera había un cuadro de una célula explotando con sangre, era como un aborto y me impactó muchísimo esa imagen, era como si lo hubieran puesto a propósito para hacerme sentir peor, para que me sintiera culpable, todo el ambiente era deprimente, sobre todo el trato. Cuando yo entré las enfermeras me recibieron de mal modo, me dijeron: ¡Quítese la ropa! Y rociaron algún desinfectante o desodorante, me sentía como un insecto al que rocían con insecticida, yo lo sentí muy violento porque no me explicaban nada. No sé si era sólo a mí o era protocolo, pero lo sentí muy agresivo. Me pusieron anestesia general y yo nunca había vivido algo así, no sabía cómo era. Me hicieron un legrado y yo ni sabía lo que era, yo creía que tenía mucha educación sexual y para nada, era cero. Cuando desperté fue traumático porque no te dejan descansar, ni siquiera despertar del todo, cuando ya te están diciendo ¡La que sigue! Me sacaron arrastrando entre dos enfermeras y yo estaba mareada, tenía ganas de vomitar, pero no sabía que lo que tenía era el efecto de la anestesia, aún no se me pasaba; a alguien se le ocurrió decirme que tomara café, pero resultó peor, empecé a vomitar delante de la gente, tenía vergüenza, miedo, sentía que me moría.

Con todas esas emociones nos fuimos a casa de la cuñada y yo estuve llorando toda la tarde, mi pareja de alguna manera me consolaba, pero recuerdo muy bien que me dijo que me lo agradecía, eso me cayó tan mal. Yo pensé ¿por qué me lo agradece? Yo no me quedaba conforme con lo que me decía, me sentía culpable, pero no lo hice para darle gusto a él. Por un lado rechazaba la maternidad, no me sentía preparada, quizás hasta sentía horror inconscientemente, pero no tenía clara esa emoción en ese entonces. Lo único que sabía es que no tenía las condiciones materiales y que me iba a quedar frustrada a media carrera profesional, para mí era como una salvación y no sólo para mí, sino también para la posibilidad de otra existencia, yo creo que no lo iba a querer y ese para mí es el punto central de la decisión, porque si tú no quieres, no lo deseas, lo estás condenando. Yo me quedé con el peso de ocultarlo a la familia, de sentirme como mala persona, me desvalorizó, pero fue sobre todo por las condiciones del lugar; te hacían sentir lo peor del mundo y además te cobraban bastante, era como un mes de sueldo y tuvimos que hacer el sacrificio. Además años después te sientes aún culpable, sobre todo porque no le puedes decir a nadie, es una doble culpa, doble remordimiento porque te conviertes en una mentirosa.

A manera de conclusión

Al revisar las historias de tres generaciones, la de mi abuela, mi madre y la mía me queda claro que la experiencia que tuvo una ha afectado a la otra. Mi abuela quería evitar que mi mamá pasara por lo mismo que ella y actúo con ella en consecuencia, mi mamá me apoyó y vigiló las circunstancias y los detalles en los que se dio mi aborto para evitarme el miedo que ella misma tenía, me contó abiertamente su experiencia para que yo supiera qué hacer si algún día me sucedía a mí o a alguien más: ella sabía que callando la verdad no me enseñaba nada, ni evitaba que también a mí me fuera a suceder. Lo mejor que hemos podido hacer es discutir al respecto, romper el silencio que nos oprime y nos hace sentir mal. Ella y yo lo discutimos desde todos los ángulos y las perspectivas posibles, para reivindicar nuestras acciones y defender nuestros cuerpos y nuestras vidas.

Semblanza de la autora:

Aura Paz, se dedica a buscar tesoros literarios en una lengua ajena y compartirlos con quienes la rodean, dejando un poquito de ella en cada texto. Le interesa el arte, la política y la sociedad. Es una mujer rebelde, arde por transformar el mundo, arde al escuchar las palabras libertad, justicia y amor. Se niega a creer que es insignificante, le gusta dejarse llevar por una idea que la seduzca y perseguirla sin miedo a equivocarse.

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