Nanita Consuelo. Por Patricia Karina Vergara Sánchez

Salgo a escondidas. Abrazo fuerte a mi muñeca con un brazo y mi bolsita de ofrendas cuelga de mi hombro. Está lloviendo todavía un poco, caen gotas de agua lentas y gordas. Mis pies tienen mucho frío, pero no me puse los zapatos porque no quería que me escucharan y descubrieran escapando. El lodo es viscoso, lo siento en la piel de mis pies desnudos y piso sin querer algunos charcos que se han formado entre las matitas de hierba. El agua helada salpica la orilla de mi camisón. Paso por entre los árboles bien llenitos de tamarindos colgantes y llego hasta atrás del patio. Aquí está el pozo, me siento en la orilla. Todavía me da miedo, como la primera vez que me contaron que aquí habían encontrado muerta a la niña de Consuelo. Que habían sido unos hombres que andaban en el pueblo, que le hicieron cosas y luego la dejaron ahí, tirada junto al pozo.

Dicen que la familia y los vecinos la buscaron durante días, fueron al río, a la milpa, a los caminos, a todos lados, que ya pensaban que se la habían llevado, cuando alguien vio a lo lejos el color amarillo de su vestidito en el fondo del patio, donde nadie había buscado.

Consuelo lloró mucho. La gente creyó que se moriría ella también de tristeza. Pasó días sin comer y sin dormir, nomás aullando hasta quedarse sin voz. Luego todo fue silencio. Su casa cerrada por días, sin recibir vistas, parecía que se hubiera marchado.

Una mañana abrió la puerta y las ventanas, dejó entrar el aire a su casa y se fue a hablar con las mujeres principales. Primero fue por lástima que le dieron permiso, teniendo en cuenta su pérdida reciente, pero luego fue porque se dieron cuenta de que era bueno lo que Consuelo hacía.

Consuelo se llevó a las niñas de Acatlán todas las tardes a un lugar solitario, un descampado oculto por las milpas crecidas, y les enseñó cómo usar palos, piedras, uñas, dientes, lo que fuera para defenderse.

Luego se dio cuenta de que no sólo había amenazas del exterior, observó como dentro de las casas del lugar también pasaban cosas desagradables y supo que no era suficiente y también llevó a las madres, a las jóvenes, a las abuelas, a todas y así, entre todas, fueron inventando cómo usar el sartén de la casa, la escoba y hasta el bastón con el que se apoyaban las ancianas para caminar, lo que fuera necesario, pues Consuelo estaba decidida a nunca más saber de una mujer maltratada en el pueblo, tal como sucedió..

Cada niña nueva que nacía, al aprender a caminar aprendía también que era fuerte y que sus piernas, sus brazos, su inteligencia también servían para que nadie pudiera hacerle daño.

Los hombres primero se asustaron, pero luego entendieron que para ellos y para el bien de todos era importante ese nuevo modo en que se organizaban las mujeres, como una especie de pacto entre ellas que las hacía fuertes, poderosas y más alegres todos los días.

En este lugar nací yo y nadie me ha agredido nunca. A las niñas y a las mujeres nos tratan con respeto, los hombres y los niños son tranquilos y alegres, entre nosotras también nos respetamos y cuidamos.

Mi cuerpo es fuerte y mis manos son hábiles y sé que si algo me hace sentir en peligro puedo defenderme, sé cómo salvarme y sé que bastará con lanzar un grito, para que cincuenta, cien mujeres poderosas vengan en mi auxilio. Todo esto lo sé, sé también que este lugar es distinto a cualquier otro sobre la tierra y veo que los hombres, las mujeres, las niñas, los tamarindos, la milpa, hasta los animalitos que viven por aquí, se elevan con dignidad, desde la madre tierra hacia el cielo, con orgullo de habitar en este pueblito posible.

Sólo que, a veces, Consuelo, que ahora tiene ya el cabello blanco, se queda quieta ante la ventana y su rostro se pone triste y se pierde su mirada. Entonces a mí me dan estas ganas de escaparme y traer florecitas y dulces de colores como una ofrenda, aquí, a donde sé que está su recuerdo, aquí donde nació la rabia.

Patricia Karina Vergara Sánchez: lesbiana, feminista retro, madre de una hija, gorda, morena y peluda. Arde por hacer arder injusticias y opresiones y sólo tiene en este mundo un par de ojos, pero que se dan cuenta y una boca que es muy grande y no sabe ni quiere callar. Pakave@hotmail.com

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