Este verso de Borges, perteneciente a un poema sobre Buenos Aires y por entero alejado de la problemática que sustenta este artículo, es más que apropiado para definir el clima emocional en el cual se desarrolló la sucesión de hechos que sigue.
La historia
En plena adolescencia, Carla Figueroa entabla una relación sentimental con Marcelo Tomaselli, unos pocos años mayor. Ambos son de General Pico, en la provincia de La Pampa, de una zona casi rural. Se van a vivir juntos y tienen un hijo. La relación siempre fue tormentosa, con celos de ambas partes y una marcada posesividad de parte de él, que intenta impedir que ella trabaje, tenga amigas, etc. Cansada de esta situación, Carla decide terminar con el vínculo y la pareja se separa. Esto es muy mal tolerado por Marcelo, que trata casi en vano de conectarse con ella de diferentes maneras. En las ocasiones en que lo logra, el encuentro es violento, con insultos y amenazas de parte de él, y quejas y recriminaciones de parte de ella. En una de esas oportunidades, Marcelo la sigue hasta un descampado, consigue acorralarla y amenazándola con un cuchillo, la viola. Carla hace la denuncia, lo detienen, procesan y juzgan, y luego lo alojan en una cárcel de la zona.
Al poco tiempo Carla comienza a visitarlo, en lo que parece ser un renacimiento del vínculo. Sus encuentros en la unidad penal son tan armoniosos que ella, no se sabe si por propia iniciativa o inducida por alguien –el abogado de Marcelo, su familia, etc.- hace una gestión ante la justicia para solicitar el avenimiento. El avenimiento, figura jurídica derogada luego de este caso, consistía en un perdón de la víctima y la consiguiente liberación del delincuente. En esta ocasión, ambos deben casarse para que se cumpla la ley.
Reinician la convivencia, con su hijito ya mayor de un año. El carácter de la relación pierde el tono idílico que había alcanzado en la cárcel y vuelve a su antiguo patrón de violencia, maltrato, peleas, acusaciones mutuas. En 2011, a los ocho días de haber dejado la cárcel, Marcelo asesina a Carla a puñaladas. Actualmente está detenido, acusado y procesado por femicidio.
La prehistoria
El hermano de él declaró: “Lo que tenían ellos dos no era amor… no, era una locura, era obsesión… de él hacia ella y de ella hacia él.” Fueron pocos los familiares que pudieron brindar algún testimonio, porque la pareja vivía muy cerrada en sí misma, y el entorno recuerda con mayor detalle las feroces peleas que los momentos de bienestar que pudieron haber vivido.
Los dos protagonistas tenían en su pasado historias pesadas. Carla tenía ocho meses cuando su padre asesinó a su madre. Fue preso, y a ella la criaron una abuela, unas tías y otros parientes, de manera informal ya que nunca fue dada en adopción. No completó su escolaridad y tuvo varios noviecitos, que no dejaron ninguna impronta, hasta que conoció a Marcelo, con quien desde el comienzo vivió una relación apasionada, excluyente y extrema.
Marcelo había tenido adicciones varias desde su adolescencia, escasa escolaridad, no había aprendido ningún oficio y tenía trabajos temporales en la construcción, entre otros. La primera vez que Carla trató de dejarlo, intentó suicidarse apuñalándose.
El violador y asesino.
“La volvería a matar”, respondió cuando le preguntaron qué le diría a Carla si la volviera a ver.
El hábitat
Ambos pertenecían a un medio entre suburbano y rural, empobrecido, con construcciones precarias, poca educación, dificultades de los niños para completar la escolaridad por tener que trabajar o por falta de estímulo, trabajo escaso y mal pago, hábito alcohólico socializado, familias desarmadas y rearmadas con criterios basados en la supervivencia. Ese medio sigue siendo predominantemente machista, pero Carla perteneció a la generación de mujeres que ya muestra rebeldía contra el dominio del macho. Es decir, a una de esas generaciones, porque el proceso de evolución hacia la desaparición del machismo es larguísimo y abarca varias generaciones. La madre de Carla también habrá querido hacerlo, a su manera y con sus recursos, menos de veinte años atrás, con el resultado de su muerte. Su abuela habrá sido un poco más sometida, probablemente, y así hacia atrás en el tiempo.
Las chicas de la generación de Carla, aun en ese medio, que por ser casi rural es más conservador, se manejan solas con mayor facilidad; al menos en su conducta, en el terreno fáctico: están escolarizadas, al menos la mayoría, y aunque no completen el ciclo obligatorio; van y vienen con más independencia; eligen a sus parejas… Pero, ¿cómo eligen a sus parejas?
La elección
A nadie que lea esto o que previamente lo haya visto en los medios puede escapar la similitud de las circunstancias en las que Carla y su madre fueron asesinadas. Esto, ¿es coincidencia? ¿es casualidad? ¿es pura repetición? ¿es el destino? ¿es que los maridos y concubinos femicidas abundan? Coincidencia, difícil; casualidad, sabemos que no existe. En lo que al destino respecta…analizar su existencia y eventual incidencia nos apartaría demasiado del espíritu de este trabajo.
La repetición
Repetición…puede ser, pero no del hecho en sí, sino del modo de relacionarse, del estilo del vínculo, del modelo de pareja. Tengamos en cuenta que Carla fue “la hija del preso, preso por matar a su mujer”. Fue “la hija de la que murió por un crimen pasional”: así se los llamaba hace veinte años. Estos rótulos y los estereotipos, más aún en una comunidad pequeña donde casi todos se conocen, se instalan con facilidad y no hay posibilidades de otro tipo de comprensión y de elaboración, son poderosos, definen, marcan. La hija del preso, desde esta óptica, no puede aspirar a un novio normal, a un hombre; entonces busca, de manera totalmente inconsciente, un macho. La hija de la mujer asesinada “por amor” aprende que el vínculo de pareja es eso: si la mujer aspira a otra cosa, a tener una vida más o menos propia, si quiere realizarse como persona, si necesita a otras personas además de su pareja, u otras cosas, actividades, etc., o aún menos: si no espera ansiosa la llegada de su hombre, perdón, de su macho, si no le sirve la comida con una sonrisa, si no tiene ganas de tener sexo, o si simplemente está de mal humor, cansada, agotada por embarazos sucesivos no deseados, por el dinero que no alcanza, y por varias razones más, para su pareja significa que no lo ama, porque él entiende el amor como sumisión absoluta, excluyente y permanente a él, porque nada puede importarle más a “su” mujer que él.
Si no lo ama, no merece vivir.
La víctima, a nivel racional, rechaza este modo de ver las cosas, pero en el estrato más profundo de su vida afectiva lo acepta, a veces explícitamente (“pobre, él está enfermo pero me quiere…”) y otras veces de hecho, como cuando reconoce los peligros de la relación ante la policía cuando lo denuncia, ante el psicólogo, o los familiares, pero una y otra vez vuelve a caer en la trampa.
Es poco frecuente que el relato del maltrato salga al exterior de la pareja. Son pocos los familiares que se enteran, y algunos ven señales pero no quieren saber demasiado. No siempre se trata de mujeres con hijos que no podrían mantenerse económicamente. Es más, a menudo mantienen ellas mismas a sus victimarios, que, aunque suene absurdo, hasta dejan sus trabajos para vigilar mejor a “sus mujeres”.
El femicidio*
Esta figura jurídica se insertó en el Código Penal de Argentina hace poco tiempo, a raíz de los datos que surgieron de la realidad.
Las estadísticas no oficiales, como todas en este país, pero bien fundamentadas y avaladas por las ONGs más confiables, producen pavor. La gran mayoría de las mujeres que mueren víctimas de asesinatos, mueren a manos de sus parejas o ex parejas. El período de mayor riesgo es el lapso inmediatamente posterior a la ruptura, no obstante lo cual hechos de la misma naturaleza se cometen meses y aún años después. Esto es así porque en el psiquismo de este tipo de criminal el tiempo no pasa, al menos no en referencia a su vida afectiva. “Su” mujer es siempre suya, aunque haga años que ya no vivan juntos. Sigue siendo suya aunque ella haya formado otra pareja, tenido otros hijos que los comunes a ambos, aunque los separen distancias y circunstancias de todo tipo.
El femicida puede actuar “en caliente”, de manera impulsiva, o de manera racional y premeditada. Su acción puede ser inmediata a cualquier hecho que sirva como desencadenante o puede madurar a lo largo del tiempo que sea necesario. Muchos de ellos, sobre todo si tienen recursos intelectuales y socioeconómicos, nunca son descubiertos, o son encubiertos por familiares, allegados o por investigadores policiales y/o judiciales. Estos últimos casos corresponden a criminales que se mueven en un círculo importante de poder y dinero.
En todos los casos el femicida tiene una imagen deformada de la mujer, desvalorizada, descalificada y cosificada por un lado, y por el otro tan idealizada que es la única persona con el poder de hacerlo feliz o desdichado. En realidad la felicidad es un estado ajeno e inalcanzable para estos individuos, que sólo pueden acceder a la satisfacción si son obedecidos, temidos o seguidos de manera servil. La satisfacción es algo poco sostenible en el tiempo, de ahí la necesidad de exigir siempre más y más de la víctima.
La imagen femenina deformada mencionada antes se construyó a través de los siglos, tiene muy poco de biología y mucho de cultura, y fue funcional durante todo el tiempo que lleva perdurando.
Un análisis más exhaustivo de las razones profundas psicológicas que sostienen este tipo de vínculos se impone como de rigurosa y urgente necesidad, para al menos empezar a construir una prevención posible y eficaz.
* En Argentina el asesinato de una mujer por razón de su sexo está tipificado como femicidio, a diferencia de México, donde está tipificado como feminicidio.
Ilustraciones: Ana Karen San Emeterio, narradora de historias construidas desde la ilustración y otros medios del campo de las artes plásticas. Indignada por la situación de violencia estructural en que nos encontramos sumergidos, arde porque no haya necesidad de contar historias testimoniales que claman respeto, igualdad, justicia y no repetición nunca más.