“Tú dices que yo no existo pero estoy aquí,
soy el agua,
soy el sol,
soy la tierra,
soy un sobreviviente de mi antepasado,
así soy, soy mazahua”.
El texto que presento a continuación es extracto de una entrevista realizada a una mujer mazahua llamada Agustina Mondragón Paulino, a quien tuve la oportunidad de entrevistar sobre su experiencia de vida desde la múltiple exclusión que le genera ser mujer, indígena, pobre y migrante, así como sobre la resistencia que le opone.
Agustina migró a la Ciudad de México cuando era niña, ya que su padre la golpeaba. Su tía la trajo pensando que estaría mejor fuera del alcance de su padre y la puso a trabajar en el mercado de la Central, a vender limones. Pero ella no sabía hablar español, así que la tía sólo le enseño a decir: “a cinco pesitos el montoncito de limones”. La gente, en cuanto se daba cuenta de que no sabía hablar español abusaba de su inocencia.
Agustina representa a las categorías que Luis Villoro nos muestra como “el otro” y “el excluido”, en este caso la otra, la excluida de los beneficios de una “mayoría imaginaria”, que se ve reflejada en el hecho de ser llamada indígena. Villoro concibe a la otra como a toda mujer excluida y discriminada por uno o varios individuos o por un contexto, ya sea social, económico, político o cultural. Es lo desconocido, pero también lo colonizado, y lo dominado. En el contexto de México la figura del indígena se designa como el otro.
Sobre la categoría de excluida/o Villoro explica que implica:
“No tomar parte de la totalidad al igual que cualquier otro, no ser reconocido plenamente en la totalidad, no tener un sitio en ella al igual que los demás, justamente por ser diferente. Así, la conciencia de identidad del carente está ligada a su consciencia de ser diferente y ésta a su experiencia de exclusión”.[1]
Parto de la idea de que existe exclusión. Uno de esos sectores excluidos son las y los indígenas. El término indígena denota en sí mismo exclusión, pues el México precolombino estaba conformado por distintas identidades. Fueron los españoles quienes generalizaron a las comunidades que sobrevivieron al horror de la Conquista a través del término “indígena”.
Agustina y la exclusión
Cuando le pregunto a Agustina si se identifica con el término indígena, ella dice:
“Yo no entiendo mucho de eso, pero dicen que los indígenas son los que viven a 20 horas, o tantas más fuera de la ciudad. No puedo pelear con todos los que me dicen indígena. No tengo la culpa de haber nacido en un pueblo y de no nacer en el zócalo de la ciudad para no ser llamada indígena”.
A Agustina no le gusta que la llamen indígena.
“No me gusta que me digan indígena. Yo nací en mi pueblo. No nací en la ciudad de México. Nos acostumbraron y nos pusieron ese nombre: “los indígenas son los que viven fuera de México”. Pero yo soy Agustina aquí y en mi pueblo… Hoy el maestro me pidió que viniera con mi traje, [para la realización de la entrevista] pero donde vivo me arrojan piedras cuando me visto así. Pero yo pienso, que la gente se va acostumbrar a verme. Yo me visto así, cuando voy a mi pueblo, allí nadie me va a gritar “india María”. Cuando subo al metro o camión uno se encuentra con cada loco, que me grita de cosas… Me molesta que me digan indígena.”
Agustina no se concibe como indígena, dice que a ella le asignaron el término, y, al tiempo de concebirse como excluida, exige el reconocimiento a su persona, “yo pienso que la gente se va a acostumbrar a verme”.
“Cuando eres mazahua se sufre doble discriminación: porque no hablas español, nos dicen: ‘Haz lo que puedas, no lo que quieres hacer’, ‘Quítate esas naguas’, pero ahora estoy muy contenta porque aprendí este idioma a fuercita, y me costó muchísimo, pero estoy contenta porque ahora puedo hablarlo y platicar con ustedes y con otras gentes”.
Esto evidencia que Agustina aprendió el español por elección propia, no por imposición, ya que no pudo asistir a la escuela (herramienta que utiliza el Estado para introducir su concepción del mundo), y que lo aprendió para que no le robaran su mercancía. Así, a mi juicio, utilizó la herramienta del excluyente para no ser excluida. A través de esta forma de resistencia Agustina retoma un elemento del opresor, la lengua, para usarlo a su favor.
Agustina relata otra anécdota en relación con su resistencia como búsqueda de reconocimiento:
“Hay gente que no te puede ver ni en pintura. Un día venía con mi traje (típico), y una señora me dijo:” ¡Que ridícula, parece mantel!” Y lo malo es que venía con un niñito. Lo que dice la mamá, el niño lo aprende. Y yo le dije ‘Señora, vivimos en un país libre, y si no le gusta mi ropa no me ofenda, respete. Si usted no quiere traer ropa, a mí no me molesta, pero respete’. Espero que el niñito lo haya escuchado, para que no aprenda hacer lo que su mamá”.
Agustina: la resistencia y lucha
Agustina refiere que antes en su comunidad los hombres ejercían con más frecuencia el uso de la violencia en contra de las mujeres:
“Cuando era pequeña los hombres les pegaban mucho a sus mujeres; ahora, si pega, el hombre se queda solito. Al no dejarte que te pegue, también te quedas solita, hay más mujeres solteras, hijos solos, y pues ella se tiene que aventar el paquete solita: alimentos, escuela, salud…. En otros tiempos, las mamás de nosotras se aguantaban, tenían un solo marido. A mí si me pegan o se las devuelvo o me voy. Eso ha hecho que los hombres de ahora ya no sean tan golpeadores, no digo que ya se acabó. Un error de niñez es pensar que no iba a sufrir saliéndome de mi pueblo, que no me iban a golpear, y que los malos estaban allá, en mi pueblo. Pero ahora que soy adulta me doy cuenta que (también los de la ciudad) son así. Me decían ‘son indios bajados del pueblo, por eso son golpeadores’. Y no. Éstos, de la ciudad, estudian mucho, no están en el cerro entonces, ¿por qué golpean a las mujeres? Todavía veo mujeres golpeadas. Pero ya no es mucho”.
De acuerdo con Agustina, las mujeres de su comunidad se organizan dialogando entre ellas, intercambiando experiencias y posiciones frente a las problemáticas que enfrentan, lo que ha contribuido a que cambien su forma de pensar en busca de su bienestar.
“En mi pueblo te encuentras con las mujeres de camino al río. Y nos decimos unas a otras que el marido te tiene que respetar, que eres una persona, un ser humano. Los hombres no me quieren mucho en mi pueblo, dicen que voy a sonsacar. Yo cuando voy al pueblo, me voy a la fiesta sin marido, pues él está acá, en la ciudad, (pero en mi pueblo) a la fiesta las mujeres no van solas. Me dicen vieja loca, pero no es un delito bailar. Dicen que voy a dar mal ejemplo, mal ejemplo es que yo estuviera borracha o golpeando, pero ir a bailar no”.
¿Cómo se ha transformado la dinámica de la violencia en los hogares?
“Ahora los hombres cuando su mujer tiene a su bebé, el hombre va a lavar al río y eso no se veía antes. Ha cambiado un poco, no mucho, pero si ha cambiado. Los abuelitos luego los aconsejan que no sean mensos, que no lo hagan, que les van a poner el cuerno, pero los muchachos responden “¿Y tu esposa? “Ya murió” “Pues murió porque no la cuidabas cuando se aliviaba, le pegabas, yo no quiero estar solito, por eso la cuido”. Algunos muchachos de 20 ó 30 años han cambiado, cuidan a su compañera, la quieren no sólo para hacer el quehacer, [sino] que le viva muchos años. Antes, las levantaban pariendo a los ochos días a hacer el quehacer, las levantaban de las trenzas, y si te estaban matando nadie se enteraba, pues vive el vecino muy lejos uno del otro”.
Agustina sufrió exclusión y discriminación tanto en su comunidad como en la ciudad. En respuesta desobedeció, formó un frente común con otras mujeres. Ahora, juntas, forman la mitad de su pueblo.
[1] Luis Villoro, Los retos de la sociedad por venir, FCE, México, 2010-
[2] Término que retomo de Bonfil Batalla. Véase: Bonfil, Batalla, Guillermo, México Profundo. Una civilización negada, Ed. Grijalbo, México, 1989.
[3] Los tres momentos o estadios de la otredad en Villoro son: a) La experiencia del otro. Es la toma de conciencia por parte del excluido y de su condición. b) Equiparación con el excluyente. Darse cuenta que vale y puede tener lo mismo que el excluyente. Se da una confrontación por ambas partes en un disenso, para dar paso a: c) El reconocimiento del otro.
Ekanna es licenciada en filosofía por la UNAM y miembro del colectivo MUGRE (Mujeres Grabando Resistencias). Arde por “sonsacar” a las mujeres de todos los mundos posibles.
FB: Ekanna Ruiz
Fotografías: Mujeres grabando resistencias