Las calles también nos pertenecen. Por Daniela Alarcón

«Las calles también nos pertenecen». Ésa es la frase que me repito todos los días cuando salgo a trabajar. Vivo en la ciudad de Guatemala; para mí ésta y cualquier otra ciudad son, como dice la canción «la ciudad de la furia». Todo y todxs van demasiado rápido en sus burbujas carros, motos, bicicletas o burbujas celulares, reproductores de música, etc.

Llegar a mi casa a salvo día tras día ya es ganancia. La ciudad de las balas pérdidas, de las miradas fantasmas, de los hombres lobo que nos rasgan el cuerpo y el ser, la ciudad rutina, concreto caliente, eterno descontrol, el abuso de poder. En el único momento que aparece el silencio y el viento se apodera de las calles es en la noche. Pero en la noche ya nadie sale, lo único que persiste día y noche es el miedo.

Crecí en una cultura del miedo y la represión, donde si sos diferente a lo que dicta la norma te señalan, te sancionan, te persiguen, te excluyen e incluso te matan. Toda esa historia la llevo marcada en la memoria y en el cuerpo. Es por todo esto que decidí tratar de escaparme, buscar esa autonomía que a veces parece inalcanzable. Decidí que mi existencia tenía que ser también un acto político.

Decidí trabajar en los semáforos porque creo que el arte es uno de los mejores medios para transitar por la vida, porque el arte en estos tiempos se encuentra desvalorado, tomado como una cuestión estética y punto, reservado para los grandes teatros, auditorios, en fin, para grandes escenarios.

Tomar la decisión no fue fácil en esta sociedad donde el patriarcado se sigue imponiendo y, por lo tanto, la historia en muchas situaciones sigue siendo contada por los hombres. El mundo de los malabares no es la excepción. Claro, existen mujeres, pero no somos muchas las que trabajamos en los semáforos. Yo comencé recientemente; somos como una generación que se está gestando, pero antes sólo se veía a una o dos por las calles de Guatemala.

Aprender a moverse por las calles bajo los conceptos y formas de los chicos es totalmente complicado, porque la sociedad en la que vivimos es machista y por ende es más fácil para ellos moverse entre tantos pactos patriarcales. Estando en un semáforo tanto nosotras como ellos nos encontramos con una infinidad de situaciones y algunas de ellas nos ponen en riesgo, eso seguro. Algunas personas no respetan a lxs malabaristas, es algo que a veces es muy mal visto y pues claro la furia se te impregna en el ser, no se puede andar por las calles de la ciudad como que nada pasa. Si te ven dormida, te fregaste.

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En el semáforo nada es igual, lo único que tenés de rutina es lo que presentas, y algunas veces ni eso: nunca sabes qué esperar, cada día te puede traer sorpresas bellas o desagradables. Lo que más se disfruta es la reacción de las personas, pero de esas personas que disfrutan tu pequeña presentación, que se ríen, vos sabes que le sacaste por lo menos unos minutos de su rutina, del cansancio de todos los días, del malhumor por el tráfico, el jefe, la familia, el sol, las bocinas, etc.

Esas sonrisas también valen la pena, saber que alguien valoró tu arte, que te respetan y te dan ánimos para seguir adelante. Las caras de lxs niñxs que se asoman de repente sorprendidxs, alegres, es cuando se juega con más ganas.

Ser mujer y estar parada en un semáforo no es fácil, día tras día me repito «las calles también nos pertenecen», esta frase me ayuda cuando la ciudad me empieza a consumir, sobre todo a través de esos hombres lobos que me frustran. A veces pienso, «cómo quisiera poder andar tan fresca como aquellos», me jode el acoso, me jode no sólo tener que estar alerta todo el tiempo por la violencia sino que también por el acoso, que es realmente denigrante y al mismo tiempo es violencia. Me parece increíble a veces lo enferma que pueden tener la cabeza algunas personas, sobre todo los hombres.

En las calles todas vivimos acoso, muchas personas consideran que nosotras no deberíamos de estar en el semáforo, que es doblemente peligroso, y es cierto. Pero todos los días nos agreden, nos aplastan y nos machacan el ser, sólo basta tener cuerpo de mujer y poner un pie fuera de la casa para que te acosen. A veces me pregunto ¿habrá un solo día que no nos acosen?. Tengo marcado el día en la memoria en donde empecé a sentir miedo, sentir inseguridad y tener esa necesidad de tener que ser protegida porque ya mis pechos se notaban y todo mi cuerpo cambiaba.

Los chicos me repiten una y otra vez, (algunos no todos): «a nosotros también nos pasa», «sólo que nosotros lo vemos más normal o nos gusta porque tenemos la mente más sucia»; y yo siempre me repito «éste es el machismo vivito y coleando». El día que vi a un macho mierda masturbarse mientras trabajaba fue lo más impactante, me indigné, me dieron ganas de llorar, continúe sin ganas de trabajar varios días y luego me volví a repetir, “las calles también nos pertenecen”; no me van a sacar de las calles, pensé, voy a cambiar de rutina y voy a seguir trabajando, y eso hice. Cuando les conté a mis compas unos se rieron y no dijeron nada y otros repetían las frases anteriores y me decían “así son las cosas”. Yo me rehúso a normalizar el acoso y la violencia, el día que esto me suceda me voy a considerar muerta en vida.

Romper estos miedos, encontrar valor para poder moverme sola, fue todo un proceso. Al inicio siempre fui acompañada, lo bueno es que no siempre fue de un hombre, varias empezamos juntas y luego cada una fue tomando su camino, como todo proceso en la vida. Pero estos primeros pasos juntas nos permitieron buscar nuestras propias estrategias y formas de defendernos, de movernos, nos ayudó a sentirnos fuertes, nos ayudó a empoderarnos, nos empezamos a mover desde nuestro ser mujer por las calles patriarcales.

Estar en el semáforo se ha convertido para mí no sólo en una fuente de ingresos a través de mi arte, también se ha convertido en un acto político en donde sólo por la forma en que me muevo por el mundo contradigo todo lo establecido. Por otro lado, y considero que es el punto más importante, a través del arte podemos hacer notar que «las calles también nos pertenecen» y que si algunas no damos el primer paso, nunca nos vamos a apoderar de los espacios públicos.

Trabajar en el semáforo representa desafíos, a veces pasas demasiado tiempo a solas y te sobra tiempo para encontrarte, revisarte y reformularte la vida, el ser y los sueños. Estás rodeada de los ruidos de la ciudad pero con el tiempo te acostumbras al silencio, deja de ser incómodo para darle paso a las mejores conversaciones que una puede tener consigo misma.

Te encontrás otras personas también trabajando en los semáforos, de algunas conocés las historias y con otras sólo nos acompañamos en silencio, cada quien con sus asuntos en la cabeza.

Daniela2No todos los días se gana igual, unos días te dan respiro y otros te sofocan. El sol es tu eterno compañero; como en toda relación, llegamos a tener serios conflictos y he llegado a odiarle o a tratar de escaparme en sus horas mas intensas. Es que no se puede estar tanto tiempo bajo el sol, más con los problemas que le hemos provocado a la tierra.

Usar los aros como herramienta de trabajo me ha cambiado la vida. En muchos sentidos, romper tantos miedos, como el estar sola, el estar sola en la calle, el pánico escénico, el qué dirán, etc.; me ha hecho sentir cada día más libre, he logrado recuperar y adueñarme de mi tiempo y recuperar mi cuerpo, de asumirme como persona y no esperar que alguien más venga a mi rescate. Como todo trabajo, también implica cansancio, frustración y desgaste, pero cuando haces lo que realmente te llena eso pasa a un segundo plano.

La violencia en cuanto a acoso que he recibido, no puedo decir que se ha intensificado, me siguen sucediendo las mismas cosas que nos pasan a todas sólo por ir caminando por la acera. Considero que mi apariencia también ahuyenta,  eso hace que cuando caminas por las calles casi nadie se mete con vos o te ven con cara de desprecio o te demuestran agrado porque te ven con un juguete colgando de los hombros. Romper con la cotidianidad es lo que me encanta de hacer arte en las calles

A veces siento que soy un fantasma aplanando las calles de la ciudad, porque aunque mi apariencia llame la atención, no muchas personas se atreven a acercarse. Tener tatuajes, aretes, cicatrices, vestirse de forma distinta a lo establecido y llevar un juguete a todos lados, es sinónimo de crítica, y las reacciones no siempre son positivas.

Ahora veo a mucha gente caminar con miedo por las calles. Con el tiempo he aprendido a no bajar la guardia, tratar de estar siempre alerta, pero he empezado a dejar el miedo a un lado. No puedo quedarme en una burbuja siempre para guardar la vida, si la vida está allí, afuera. Y quien quita y me encuentro a la muerte por algún rincón, pero no puedo quedarme sentada esperando a que mi vida y mi tiempo los absorban el sistema y la sociedad de consumo.

Por el momento espero poder seguir caminando, llevar arte y sonrisas a las calles, que siempre son tan hostiles, facilitar mi aprendizaje a otras mujeres para que no les toque, como a muchas nos ha tocado, aguantar humillaciones de nuestros compañeros, empezar bajo la sombra de ellos. Empezar a construir nuestros saberes y forma de transitar el mundo desde nuestra propia realidad. Ésa es mi meta. Saber que entre nosotras podemos ser nuestras propias referentes, porque al empezar y ver a tu alrededor en su mayoría sólo hombres, no te queda de otra, hasta que estás lista para soltarte y empezar a caminar por tu cuenta. Alcanzar realmente tu autonomía.

DanielaDaniela Alarcón. Vive en Guatemala. Artista urbana de profesión. Arde por romper con los patrones impuestos y establecidos, por seguir denunciando por las calles, por recuperar los espacios públicos con arte, por construir espacios por y para nosotras, por construir espacios autónomos tanto en los espacios íntimos como públicos, por denunciar las violencias y los abusos de poder, por continuar haciendo visibles las diferentes formas en las que el patriarcado actúa sobre nuestros cuerpos y nuestro ser.

Contacto: daf1805@hotmail.com

Fotografías: Ixmucané Guzmán

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