Hace poco comencé a leer Mujeres que Corren con Lobos, un libro escrito por Clarissa Pinkola Estés en los noventas, en el que reflexiona sobre el arquetipo de la mujer salvaje, mismo en el que me inspiré para escribir esta reflexión.
A lo largo de la historia hemos escuchado que las mujeres somos criaturas salvajes y que, por tanto, necesitamos ser domesticadas. La cultura patriarcal ha utilizado históricamente, en lo que a nosotras se refiere, la palabra ‘salvaje’ desde su carácter más despectivo: el que se adjudica a algo que no tiene control, a algo non grato, peligroso y voraz. No es casualidad que a los animales que el hombre considera salvajes se les persiga y asesine: la depredación que enfrentan es muy similar a la que se ha ejercido históricamente sobre nosotras. Apoyado en ese absurdo mito, el patriarcado nos ha negado a las mujeres, entre otros muchos, el derecho a ser, nos ha violentado y nos ha asesinado.
Sin embargo, la palabra ‘salvaje’ ancestralmente tiene otro sentido, uno del que poco se habla, que implica vivir una existencia en sintonía con la naturaleza, con sus ciclos y sus ritmos, en equilibrio con todo lo que habita el planeta y sus sabios límites.
La naturaleza salvaje que habita a las mujeres lo es todo: la voz interior que nos guía, nuestra sabiduría, nuestra intuición, nuestra fuente creadora, nuestro deseo de seguir adelante: es “la que arde” dentro de nosotras. Sin embargo, en este sistema opresor esa naturaleza salvaje ha sido rechazada, esa voz sabia ha sido históricamente acallada por todos los medios: desde los más violentos hasta los más sutiles. Así se le ha ido moldeando, hasta obligarla a dejar su cauce natural para adaptarse a los ritmos artificiales de la vida moderna, que nos pierde en la complacencia de los demás para sostener a todo un sistema que, cuando no nos ignora, nos explota.
Nuestra relación con nuestra mujer salvaje puede haberse diluido o confundido a consecuencia del olvido y la domesticación, pero por mucho que la prohiban o la repriman siempre está ahí, en nuestro interior, susurrándonos, incluso mientras dormimos, su sabiduría milenaria.
Algunas veces podemos percibir esa voz en toda su magnitud, cuando hacemos lo que nos gusta o lo que responde a nuestras propias necesidades; cuando nos revelamos ante el sistema; cuando gozamos; cuando desafiamos lo establecido; cuando experimentamos el ardiente deseo de seguir adelante y de no volver a alejarnos de esta voz que nos nutre, porque nos brinda gozo, placer, equilibrio, vida, creatividad y seguridad.
El anhelo de la mujer salvaje aparece cuando nos damos cuenta de que hemos dedicado muy poco tiempo a la propia vida, a los propios sueños, a los propios amores, y demasiado tiempo a complacer a los demás.
Históricamente las mujeres hemos sido obligadas a serlo todo para todos, menos para nosotras: ¡Ya es hora de restablecer la sabiduría antigua!
Sofía Garduño Huerta ha sido promotora de derechos sexuales con personas jóvenes y orientadora de mujeres en situación de aborto. Es licenciada en Psicología por la UNAM, y se encuentra en formación académica sobre Prevención y Tratamiento de la Violencia de Género con especialidad en Violencia Sexual. Disfruta mucho caminar y andar en bici, está aprendiendo a patinar.
Colaboradora de Balance, organización feminista progresista que actúa a nivel local, regional y global para construir alternativas de vida en torno a las sexualidades libres y placenteras, transformando las políticas públicas en salud y sexualidad para que se aborde efectivamente la injusticia, confiando en el poder que tienen las mujeres y jóvenes para mejorar sus condiciones de vida.
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