Desde hace varios años he colaborado para crear espacios sólo para mujeres*. ¿Por qué lo hago? Porque quiero y puedo. He trabajado porque esto sea algo cotidiano, que sea la regla y no la excepción.
Todos los días me enfrento a la realidad de que las mujeres no pueden decidir sobre sus planes de vida, sobre con quién y cómo ejercer su sexualidad, sobre con quién y cuándo desnudarse, sobre su reproducción, sobre su dinero, sobre su cuerpo. Me enfrento a la sensación generalizada de las mujeres* de sentir culpa, de sentir que algo no está en el lugar que debe estar cuando elegimos, es decir, cuando somos libres.
Quiero abrir espacios de y para mujeres* porque en este mundo nos han enseñado a ser enemigas de otras mujeres. Nos han inculcado la competencia entre nosotras. Hay que ver quién es más flaca, quién es más bonita, quién es más inteligente, quién es más radical, quién es la “mejor feminista”. Sí, las feministas no hemos podido evadir este destino que parece enraizado en lo más hondo de nosotras.
Quiero hacer espacios de y para mujeres* porque hay muchas situaciones, muchos problemas que podemos resolver estando juntas, sin odiarnos, sin juzgarnos, sin agredirnos. Estar juntas con la intención de entendernos para hacernos bien. Para crear otros mundos — ¿no es lo que las feministas buscamos?— es necesario que trabajemos para que existan espacios en donde podamos analizar cuál es el origen de nuestra competencia, entender que no es natural vivir en la rivalidad.
No se trata de que no haya conflictos, eso es inevitable. No se trata de que todas seamos iguales, que pensemos lo mismo, que tengamos las mismas preferencias y busquemos las mismas soluciones. Las mujeres, y las mujeres* feministas, somos muy diferentes, muy diversas y qué alivio. Cada quien con sus pesares, sus rabias, sus alegrías y sus ilusiones.
Lo que sí es necesario es dejar de cargar sobre nuestras espaldas la competencia constante sin fundamentos. El conflicto innecesario que existe por coexistir en un lugar con otra(s). Esta carrera interminable y diaria de pensar que las otras mujeres* son mis rivales para todo, que si ella es, entonces, automáticamente, yo no soy. Y pues no, podemos ser o no ser las dos, las tres, las miles.
Quiero hacer espacios de y para mujeres* porque me reconozco entre las otras. Veo a mis amigas, a mis primas, a mis abuelas, a mis compañeras de trabajo, a las desconocidas en el metro, y pienso en que no somos tan distintas, no estamos tan distantes. Reconozco que sus caminos y el mío se entrelazan, en un montón de momentos — habitando la misma ciudad, viviendo en el mismo sistema— y no puedo más que aprender de cada una de ellas. Reconocer que mi condición de mujer me permite identificar situaciones y emociones comunes con las otras: la sensación de coraje y rabia de que confundan los piropos con el acoso en la calle, la malditas ganas de gritar por los chistes de emborrachar mujeres* para poder coger con ellas, la rabia cuando nos preguntan sobre nuestro estado civil antes de una entrevista de trabajo, la sensación de desconcierto cuando alguien te pregunta si estás enojada cuando no sonríes o no eres amable, el hoyo en el estómago al ver la prueba de embarazo positiva y saber que puedes acabar en la cárcel si decides no llevar a término ese embarazo.
Quiero alejarme de la idea de acercarme a otras mujeres* sólo para compartir los momentos de “decepción amorosa/romántica”. Quiero acércame a otras mujeres* para protestar, para reír, para tomar los espacios públicos, para conocer mi cuerpo, para adueñarnos de las calles, para intercambiar recetas, para aprender a sentir placer, para curarnos, para tomar té, para hablar de libros, para llorar. ¡Nos merecemos más que existir girando alrededor de otras personas, carajo!
Quiero hacer espacios de y para mujeres* porque nos los merecemos. Nos merecemos lugares lejos de la “vigilancia masculina” que nos acecha todo el tiempo. Ese constante monitoreo que desconfía de las acciones de un grupo de mujeres*. “Hablan de nosotros, piensan en nosotros, conspiran en contra de nosotros”. La buena noticia es que no es nuestra responsabilidad, ni nuestra obligación explicar qué hacemos y de qué platicamos. Esto se trata de nosotras y nada más.
No entiendo la labor diaria desde donde algunas mujeres operan para defender a toda costa los espacios mixtos o la inclusión de los hombres en nuestros espacios; uno, porque estos espacios no están reproduciendo la exclusión a la que las mujeres* hemos estado sujetas por milenios; dos, porque si tantas ganas tienen los hombres de participar, o algunas mujeres* de que los hombres participen, hay un montón de espacios allá afuera en donde lo pueden hacer. Es más, háganlo ustedes mismas y mismos. Nadie los obliga a participar en los nuestros. Espacios sólo para hombres hay millones.
Quiero hacer espacios de y para mujeres* porque son transgresores. Muchos hombres se asombran ante la idea de que existan espacios sólo para mujeres*, lo cual les lleva a preguntarme la razón por la cual participo en ellos. Todas estas veces he recibido estas preguntas como un reclamo, como una demanda de incluirlos sin más. Ahora bien, mi respuesta es tajante: lo hago porque quiero y porque puedo, pero además, lo hago así porque en todos sus cuestionamientos no he detectado nunca ganas reales de participación, desde un lugar de reconocimiento de privilegios, sin ganas de cuestionar los espacios de poder que les son favorables, sin afán de ver desde dónde se benefician de este sistema. Mejor dicho, no he detectado ganas de cambiar ese sistema, entonces tengo mucho más razones para participar en espacios sólo para mujeres*. Es ahí cuando entiendo que son necesarios, se llevan por la borda la idea de que ellos tienen que ser el centro de todas nuestras actividades.
Y no, no te odio a ti hombre. Odio las relaciones de poder que a ti te dan privilegios que a mí me han sido negados. Odio que esas situaciones y emociones comunes existan y que mi condición de “mujer” sea la condición para que sucedan. Odio tener que explicar una y otra vez, que estas desigualdades y necesidades son reales, que no me lo estoy inventando, que no es un tema de percepciones y subjetividad. Lo verifican las estadísticas, los salarios, los feminicidios, las regulaciones sobre nuestros úteros, el precio de los rastrillos rosas, las fotografías del G8.
Estoy cansada de no encontrar la forma de que ustedes se pongan en nuestros zapatos. Nadie tendría que pasar por eso. No te lo deseo a ti ni a nadie. Odio que te preocupe más por estar en estos espacios que entender realmente las razones por las cuales no puedes estar.
Creo que otros mundos son posibles, y para lograrlos es indispensable tener más espacios de y para mujeres*. Nunca me he sentido más libre que en un cuarto lleno de mujeres* hablando de aborto o desnudas dibujándose unas a otras. No es solamente por el arte o la conversación, es resistir a este sistema que nos dice siempre que no podemos ser. Es poder ser y poder crear, poder ser compañeras, poder sentirnos parte de una causa, poder reconocernos, poder escuchar y ser escuchadas, es poder decir lo que queramos, poder tener un respaldo. Es resistencia desde las trincheras que cada una pueda y quiera.
Pienso que es necesario desobedecer esos mandatos de ser rivales que no elegimos, que no son naturales y que no traen consigo ninguna libertad. Que tenemos mucho que aprender de las otras. Que estar juntas nos fortalece, nos llena de vida y nos hace más libres.
* Cuando uso el término “mujeres”, me refiero a las personas que se identifican como mujeres, personas trans, y personas que no se reconozcan como parte del sistema binario de género.
Imágenes: Guitté Hartog
Daniela Tejas Miguez. Joven feminista. Encargada de coordinar la RedMARIA de Donantes Individuales en el Fondo MARIA, apoyando el derecho a decidir de las mujeres en México. Ha trabajado como acompañante de mujeres en situación de aborto y creando campañas con mensajes positivos sobre aborto y sexualidad. Le interesan las líneas de aborto seguro, aprender a cocinar su propia comida, cuidar perros y crear espacios de y para mujeres.
Colaboradora de Balance, organización feminista progresista que actúa a nivel local, regional y global para construir alternativas de vida en torno a las sexualidades libres y placenteras, transformando las políticas públicas en salud y sexualidad para que se aborde efectivamente la injusticia, confiando en el poder que tienen las mujeres y jóvenes para mejorar sus condiciones de vida.
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