No podía sentarse sin sentir dolor. La cicatriz de la episiotomía se extendía hasta la parte interna de su muslo. Caminaba con dificultad. Sus ojos se perdían en un abismo de tristeza. Llevaba ya tres años haciendo frente a los daños físicos y emocionales que le dejó la salvaje atención que recibió durante el parto y estaba resignada a vivir así indefinidamente porque nadie, además de ella, se haría responsable de sus heridas y su recuperación.
La historia de esta mujer es la historia de muchas cuando buscamos atención médica a lo largo de la vida sexual y reproductiva: nuestro cuerpo es manipulado e invadido y nuestra dignidad destrozada. ¡Cuántas hemos tenido que soportar la rudeza con la que el personal de salud realiza procedimientos ginecológicos!
Al compartir espacios terapéuticos con mujeres cuyas memorias más dolorosas se ubican en el periné, esa zona oculta, delicada y poderosa del cuerpo donde se originan experiencias muy placenteras y también muy traumáticas, confirmo la necesidad de mirarnos con comprensión y altas dosis de amor: cuando nos damos el tiempo para entrar en diálogo íntimo logramos escuchar la historia que el propio cuerpo necesita contar; es así como descubrimos las huellas del abuso, de las relaciones sexuales no satisfactorias, del miedo al placer, de los orgasmos reprimidos, del vínculo con la menstruación y la fertilidad, y por supuesto las huellas del maltrato físico y emocional recibido en el contexto de la atención gineco-obstétrica.
El espacio corporal que abarca desde el clítoris hasta el ano, incluyendo la vagina y el útero, es un universo de terminaciones nerviosas que requiere ser tratado con el mayor respeto y cuidado, sin embargo quienes proveen servicios de salud sexual y reproductiva, sobre todo en el ámbito hospitalario, le dan poca importancia no sólo a nuestra anatomía sino a nuestro sentir, y lejos están de imaginar el laberinto que atravesamos para reapropiarnos de nuestro territorio, para reafirmarnos libres, sensibles, confiadas y gozosas, para volver a habitar nuestro cuerpo como un lugar seguro.
“Mira, tu endometrio está muy grueso, vamos a tener que adelgazarlo. Ven, pasa por aquí”. Y así, se quedó mi mamá sentada en el consultorio y yo pasé a una salita en la que me acostaron. “Te va a doler un poquito pero por favor no te muevas”, dijo el ginecólogo. Y a mi lado se paró una mujer, a observarme, ausente y seria.
“Ponte flojita”, me dijo de nuevo ese hombre. Y me introdujo un aparato en la vagina. Después de eso comenzó la tortura. Empecé a sentir cómo unas garras raspaban mis entrañas y un terror y un profundo dolor me invadieron. Empecé a llorar y recuerdo que el doctor me decía: “sshh, no llores, tranquila, ya vamos a terminar”, mientras limpiaba mis lágrimas con kleenex. Yo sólo quería a mi mamá y no entendía por qué nos habían separado. Nunca había sentido un dolor tan intenso. Cinco interminables minutos después, la tortura terminó.
Le pagamos al doctor, por supuesto, y sin habla y abrazada de mi mamá, salí de ahí caminando y con el cuerpo y el alma rotos. Había sido violada hasta lo más profundo de mi feminidad.
Casi un año después, al visitar a un ginecólogo nuevo (jamás me acercaría de nuevo a esa peligrosa bestia de bata blanca), supe que lo que me habían hecho era un legrado o raspado, un procedimiento que debe hacerse bajo anestesia general y en el quirófano de un hospital. Aquella carnicería pudo costarme la vida, pero no, solamente me costó el corazón, la valentía, la seguridad, el deseo, la inocencia, la libertad.
Diez años después sigo sanando las secuelas que en mi vida ha dejado ese evento tan violento, diez años después escribo este testimonio por primera vez, con lágrimas en los ojos y con temblor en las manos.
Karen Levy
Siempre busco una oportunidad para gritarle al mundo #SalvemosAlPeriné porque cada mujer tiene derecho a una vida libre de violencia; porque cada mujer merece disfrutar su cuerpo íntegro, sin mutilaciones, sin invasiones; porque cada mujer posee un centro creativo, fértil, sensible y luminoso capaz de gestar sueños, vida, arte; porque cada mujer es un templo de belleza infinita.
#SalvemosAlPeriné es una causa de la que cada mujer puede ser partícipe desde el autocuidado; una causa a la que cada hombre o mujer que provee servicios de salud sexual y reproductiva puede sumarse fácilmente desde su trinchera, transformando su mirada en un acompañamiento nutrido por el respeto y el asombro hacia la fuerza sutil que somos.
Dunia Verona es Comunicóloga de la UAM-X, egresada de la Maestría en Periodismo Político de la Escuela de Periodismo Carlos Septién, Doula, Terapeuta en Respiración Ovárica Alquimia Femenina. Trabajó en la promoción y defensa de los derechos reproductivos de las mujeres y en ese camino descubrió el mundo del acompañamiento. Ha tenido la oportunidad de acercarse a las mujeres para facilitarles espacios donde encuentren salud y gozo. Arde por que cada mujer elija libremente y desde su verdad el sendero que la lleve a sí misma.