Hace 9 años algo marcó mi vida: perdí a mi mejor amigo por causas relacionadas con el sida (1). Hasta ese momento yo pensaba en el VIH (el virus que causa el sida) como algo lejano, algo que le pasaba a otras personas, sobre todo a otros (es decir, varones). No sabía claramente a quiénes, pero jamás pensé que podría sucederle a alguien tan cercano a mí. Este tema me hizo acercarme al activismo, después de empezar a hacerme preguntas y a buscar respuestas. Me enojé sin saber con quién: si con él por no haber tenido la confianza de decírmelo, si conmigo por no haberlo sabido o haber hecho algo más, si con el sistema de salud por no evitar su muerte, o con el gobierno por no garantizar la salud de las personas.
En esa búsqueda de respuestas me encontré con el movimiento feminista, al cual entré de manera abrupta, participando como relatora en el Encuentro Feminista Latinoamericano de 2009, que fue una de las experiencias más desafiantes de mi vida. Ahí me encontré con mujeres aguerridas, intensas y apasionadas, y encontré en la agenda de la igualdad y los derechos de las mujeres los temas que siempre me habían preocupado. Me encontré también con mujeres líderes con VIH: me topé de frente con su realidad mientras ellas sostenían carteles pidiendo a las compañeras reconocer su lucha como parte de la lucha feminista.
Mi asombro no pudo ser más grande, no podía creer que las mujeres con VIH no estuvieran consideradas dentro de las demandas del movimiento feminista. Me parecía lógico y natural que lo estuvieran porque a lo largo de mi investigación para la tesis de licenciatura pude ver que sus necesidades no estaban contempladas en las demandas del movimiento de personas con VIH, como si no existieran.
Empecé entonces a trabajar en el tema de mujeres y VIH, y entendí que la culpa de todo la tiene el sistema: sí, el patriarcado, este sistema sexista, misógino y heteronormativo que coloca a los hombres en posición de privilegio con respecto a las mujeres, y genera lógicas que colocan en desventaja a las personas de todos los géneros para ejercer sus derechos.
Si analizamos el tema a profundidad, podríamos deducir que no todo es tan sencillo como decir que existen víctimas y victimarios.
Considero que es este sistema binario el nos coloca en condiciones de vulnerabilidad para adquirir el VIH debido a los roles de género que se nos imponen y que replicamos día con día, ya que generan barreras para hablar libremente de nuestros deseos y ejercer una vida sexual plena, libre, segura y abierta, fuera de un ambiente de silencio y violencia.
Creo que el principal enemigo de las mujeres es el cuento del amor romántico que nos enseñaron y creímos desde niñas, la falsa ilusión de tener un amor al que se le entrega todo y nos protegerá de todos los males. Creer ciegamente que una relación “estable” es garantía de fidelidad perpetúa el cuento de hadas y nos coloca a las mujeres en un lugar pasivo, de víctimas, en lugar de buscar nuestro empoderamiento y autonomía. ¿No sería mejor apelar a la generación de relaciones más sanas, basadas en la sinceridad y los acuerdos?
Caer en el discurso de la criminalización y la búsqueda de culpables no nos lleva más que a un laberinto sin salida en donde las mujeres con VIH y sus necesidades son las que quedan invisibilizadas, pues pareciera que lo único que se necesita es trabajar con los hombres, para evitar que haya nuevos casos en mujeres. Esta lógica ha propiciado que los programas de política pública y el presupuesto tengan como prioridad a los hombres gay, y que se alimente la resistencia que existe a invertir en insumos de prevención que estén en control de las mujeres, así como en estrategias de prevención y atención cuyo objetivo sea empoderarnos para protegernos, querernos y cuidarnos a nosotras mismas.
A lo largo de estos 7 años de trabajo cercano con mujeres con VIH he podido conocer más de cerca sus historias, profundizar en los problemas que viven a diario y atestiguar cómo sus necesidades específicas son minimizadas. Junto con el diagnóstico, lo primero que escuchan las mujeres con VIH es que su vida sexual se acabó, que no pueden volver a tener relaciones sexuales ni ejercer su derecho a la maternidad. Las mujeres con VIH enfrentan la violación sistemática de sus derechos sexuales y reproductivos; la falta de asesoría y acceso a métodos anticonceptivos adicionales al condón (2); la falta de acceso al Papanicolaou y mastografías de forma rutinaria; la ausencia de información y de los medios necesarios para tener un embarazo seguro o prevenir violaciones tan graves como las esterilizaciones forzadas o coaccionadas.
No puedo evitar sentir un nudo en el estómago cada vez que escucho que una mujer tuvo que pasar 10 años peleando contra el sistema de salud para acceder a una prueba de VIH, o para que no le quitaran el útero por tener VIH, o sobre mujeres que tuvieron que enfrentar casos severos de cáncer cérvico uterino por no tener acceso a la detección de manera oportuna. Lo mismo cuando escucho las historias de violencia y discriminación que enfrentan día a día estas mujeres por parte de su pareja, su familia y el sistema de salud. Es entonces cuando caigo en cuenta de la gran deuda que como movimiento feminista tenemos con ellas.
En los últimos veinte años como feministas hemos trabajado para lograr compromisos internacionales y nacionales a favor de la institucionalización de los temas que más nos afectan, hemos avanzado en la creación de leyes y programas que buscan la igualdad, la no violencia y el acceso a los servicios de salud sexual y reproductiva. Miro hacia atrás y reconozco las luchas de las feministas que abrieron caminos antes de mí, y les agradezco las posibilidades que desde mi situación de privilegio tengo para ejercer estos derechos. Al mismo tiempo, reconozco que estos avances no han considerado a otros grupos de mujeres, como las mujeres con VIH.
No me queda entonces más que reforzar mi compromiso con ellas y conmigo misma, seguir haciendo de puente para contribuir a que el movimiento feminista las considere, para hacer que las cosas sean diferentes y recuperar esos veinte años de rezago. Para que las mujeres con VIH puedan conocer y ejercer sus derechos, al igual que las demás mujeres. Para que esa lucha feminista que me mueve sea de verdad incluyente y sororaria y que, efectivamente, demandemos juntas la garantía de todos los derechos para todas las mujeres.
Por ellas, por mí, por todas.
Imagen de portada: El Diario de Yucatán
(1) En los últimos años el término se escribe con minúsculas para disminuir el impacto visual y con ello el estigma y discriminación que se asocian al concepto, además de ser ya un acrónimo que ahora se usa más como palabra. Para más información puedes consultar las Orientaciones Terminológicas de ONUSIDA de 2011.
(2) Es importante utilizar siempre el condón junto con otro método anticonceptivo para procurar una doble protección: evitar embarazos no deseados e infecciones de transmisión sexual.
Gabriela García Patiño se ha especializado en el tema de mujeres y VIH, realizando actividades de incidencia política y coordinación de proyectos con el objetivo de promover el acceso a la prevención del VIH en mujeres y jóvenes y en la defensa y promoción de los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres con VIH. Es licenciada en Psicología por la UNAM, estudiante de posgrado en Políticas Públicas y Género por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales FLACSO México y bailarina amateur de ritmos latinos.