Ayer leí el testimonio de “Magali” en el que denuncia que Seymur Espinoza, un profesor de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, la agredió sexualmente. Me bastó el primer párrafo para reconocer en esas líneas mi propia experiencia.
Yo también fui su alumna, incluso fui su adjunta y trabajé con él por más de dos años. Sí, también lo admiraba como profesor y también me buscó para colaborar con él cuando más necesitaba ese apoyo. Seymur no sólo me acosó sexualmente durante todo ese tiempo, sino que también me hostigó laboralmente, como lo ha venido haciendo desde hace muchos años con varias de sus alumnas.
La primera vez que me invitó a cenar “sólo los dos” me negué y le reproché que me hiciera invitaciones de ese tipo. Me respondió indignado que sólo buscaba integrarme a su equipo de trabajo, que era una práctica habitual. Sentí hasta pena por haber exagerado.
Cuando fui su colaboradora, cada que podía intentaba besarme en la boca, me pedía fotos mías “que le gustaban”, hacía comentarios sobre mi aspecto físico, más de una vez intentó tocarme las piernas mientras manejaba y me mandaba mensajes insistentes con invitaciones a salir. Fue claro al decir que se “sentía atraído” por mí y por más que le dije que me incomodaban sus comentarios, no paró el acoso.
También me hostigaba laboralmente, decía que no era buena en lo que hacía, me llamó a mis espaldas “súper tonta”, me dejó de hablar por varios meses, me mandaba mensajes en la madrugada con trabajo urgente, me pedía que lo acompañara a reuniones “para que me vieran” sus socios y que asistiera a cenas “de trabajo” en la noche. Quien me conoce sabe que prácticamente no descansaba por cumplir profesionalmente con todo lo que pedía. Sin prestaciones y con un sueldo de risa.
Luego se arrepentía, me llamaba por teléfono, me felicitaba por mi trabajo y reconocía mis esfuerzos. Me invitaba a cenar con mis compañeras y compañeros de trabajo y me asignaba proyectos atractivos. Un círculo de violencia completo.
También se burlaba frente a mí de las otras colaboradoras por su aspecto físico. Llamó “harem” a su equipo de trabajo conformado principalmente por mujeres. Me llamó feminazi.
Rompí con todos esos abusos hasta que tuve las herramientas para hacerlo. Lo enfrenté, denuncié su acoso en un correo electrónico que no llegó muy lejos. Respondió que era una práctica de integración. Renuncié y después despidió injustificadamente a las personas cercanas a mí.
Escribo esto porque creo que es el momento de convertirlo en denuncia pública. De todos modos nunca me lo callé, ni frente a él ni frente a nadie. Esto que escribo es con la intención de respaldar el relato de “Magali” y del resto de compañeras que me han contado que también lo vivieron. Que lo haya vivido yo no significa que lo hayan vivido todas, pero tengo la necesidad de decirle a quien lea esto que todo es cierto y que es un peligro potencial que Seymur siga invitando a sus alumnas a colaborar con él.
Sé que Seymur, y la gente que siempre está ahí para tapar sus abusos, pide pruebas y una denuncia formal sobre estas acusaciones, pero basta con mirar algunos de los comentarios que se suscitaron tras la carta de “Magali” para saber por qué no lo hicimos.
¿Qué vamos a obtener de un sistema que antes pide a las denunciantes que comprueben la violencia y después cuestiona las conductas del agresor? ¿De qué va a servir denunciar si al final del día van a pedir que concilie con él? ¿De qué me va a servir exponer mi nombre si me van a cuestionar por haber aceptado el trabajo o por hablar mal de un gran profesor?
¿Neta va a hacer alguna diferencia? Y después de todo ¿cómo compruebo que sus saludos me hacían sentir asco, que cada vez que me pedía que viajara con él en su coche sentía un miedo inmenso, que me minó el autoestima hasta creer que le debía mucho por haberme considerado para los proyectos?
Que me llame difamadora y que invente pretextos “políticos” para negar lo que todos han encubierto y que cínicamente han llamado “un secreto a voces”, de todos modos ya me di cuenta que la comunidad universitaria sigue teniendo mucho miedo de reconocer que la violencia y el machismo existe en sus espacios “tan igualitarios”, y que ser un excelente maestro no te exime en ninguna forma de ser un agresor sexual con todas sus letras.
*El nombre de la denunciante ha sido omitido por motivos de seguridad.
Otros testimonios
A mí también me acosó sexualmente Seymur Espinoza. Por Sonia Romero*