Decidí hablar ahora porque, aunque tengo miedo, mi voz puede hacer que muchas más dejen de temer a la denuncia. Ojalá que las chicas que han sido acosadas por Seymur Espinoza Camacho y por otros profesores de la UNAM den a conocer sus casos o bien que se cuiden de los abusos que azotan a mi amada universidad.
No había denunciado por vergüenza, culpa y miedo. El silencio es lo que empodera al abusador y hace cómplices a los testigos. Yo ya no quiero ser parte de esta situación.
Conocí a Seymour siendo estudiante. Me parecía el mejor de lxs maestrxs de la carrera, en él veía a un ídolo, un hombre inteligente, resiliente, pues había superado las peores circunstancias en su infancia. Cursé con él algunos semestres, durante los cuales aún no escuchaba rumores sobre su acoso hacia las alumnas.
Cuando estaba en cuarto semestre me invitó a mí y a varias compañeras y compañeros a participar en dos proyectos de investigación. Yo me sentí halagada de trabajar para él. Cuando llegaron las elecciones para Consejero Técnico, eligió a una de sus adjuntas y a otro chico como equipo de apoyo para participar como candidato. A todas y todos nos pedía apoyo en redes sociales para la campaña, insistiendo en que ignoráramos y desmintiéramos todos los señalamientos que se hicieran en su contra, pues, según nos aseguraba, Carola García, su enemiga política declarada, quería desprestigiar su conducta intachable y su trayectoria, “construida con base en un trabajo honesto”.
Misteriosamente, al terminar las elecciones, la candidata desapareció del mapa. Nunca se mencionó la causa.
Meses después me insinuó que quería tomar un café conmigo para hablar de proyectos de investigación. Sinceramente, la invitación no me causó mayor sorpresa, pues nunca dejaba de recalcar que era de las alumnas más inteligentes que había tenido y que tenía potencial para ser “su mano derecha”. Eso me levantó la autoestima académica y laboral porque tenía una promesa de futuro esperanzadora. Sobra decir que acepté la invitación.
Al poco tiempo nos mensajeábamos mucho y comencé a frecuentarlo más. En una ocasión me confesó que le gustaba mucho y que, si tuviera mi edad, (era 20 años mayor que yo) sería mi pareja. Cuando salíamos sentía que vivía en un sueño, ya que el profesor que más admiraba se había fijado en mí.
Durante ese tiempo me compraba regalos caros, perfumes, flores, chocolates. Me pedía que todo lo mantuviera oculto, y me decía que él lo haría también, para protegerme. A los pocos meses comenzó a mostrarse celoso, a aislarme de mis amigas y amigos. Fue en ese entonces cuando comencé a escuchar rumores de acoso a chicas. Él me aseguraba que era “siembra de testimonios” o bien que las mujeres lo provocaban. Me decía que las chicas que se retiraban de sus proyectos de investigación lo hacían porque lo habían traicionado o porque eran unas malagradecidas, conflictivas y grilleras.
La primera vez que estuve con él sexualmente yo no quería. Pasó por mí y fuimos a cenar. Después insistió mucho en ir a un hotel: yo no quería ir, pero terminé accediendo como resultado del chantaje que siempre utilizaba. Dentro del auto me metió las manos bruscamente, yo me sentía incómoda y no quería que me tocara, pero tenía miedo de huir, pues eran cerca de las once de la noche. Al salir, me sentía culpable y sucia.
Me dejó chupetones en todo el cuerpo. En otra ocasión me rompió la ropa interior y en otra intentó asfixiarme porque, según sus amigos del norte, “apretaría” más. Algunas veces estaba con él sólo para satisfacerlo, aun cuando yo no quería. Sólo una vez le dije que no me gustaba que me asfixiara, porque me lastimaba.
Recuerdo también que, escudado en sus posturas biologicistas, me decía que era una mujer “alfa”, que mi naturaleza era ser atractiva, y, por lo tanto, era una puta. Me trató de intimidar con una investigación que había hecho de mi pasado y me recriminó haber sido “de las promiscuas de mi generación”; también me echó la culpa de una enfermedad venérea que supuestamente había adquirido por estar conmigo.
Siempre me echaba en cara que había grabado conversaciones en las que supuestamente hablaba mal de él. Incluso me confesó entre líneas que me había mandado a espiar a través de los vagos de mi colonia.
Con el tiempo me convertí en una de las mujeres más allegadas a él: su empleada, su pareja y su asesorada de tesis. La mayor parte de mi tiempo estaba con él; cuando no, me enviaba demasiados mensajes preguntando dónde estaba, qué hacía, o me llamaba para cuestiones de “trabajo”. Si no le contestaba, me hacía dramas. Me la vivía pegada al teléfono con tal de no recibir alguna agresión.
Las advertencias crecieron y yo comencé a sospechar que acosaba a varias chicas. Después lo comprobé: varias chicas del trabajo me confesaron aterradas que Seymur les mandaba mensajes en los que las invitaba a salir, les decía lo guapas que se veían e incluso les proponía darse una “escapada con ellas” en los viajes de trabajo. Yo callé mi situación porque me avergonzaba decirles que yo era “la novia”.
En algún momento una estudiante a la que “conquistó” de la misma forma que a mí, con los mismos argumentos, se hizo mi confidente; después supe que el acercamiento era obra de Seymur, para sacarme información y con ella poder seguir chantajeándome.
En el equipo de trabajo había una compañera a la que siempre traía de bajada. Entre supuestas bromas le decía que era una inútil, que no podía hacer las cosas bien. Incluso en la posada de la empresa la hizo llorar. En cuanto al resto del equipo, desdeñaba nuestro trabajo diciendo que los proyectos de investigación iban a parar en el archivo muerto del municipio.
Cuando había negociaciones con políticos, nos pedía que nos arregláramos “bien” (con vestido corto, tacones y super maquilladas) para que los proyectos fueran firmados. En las reuniones o presentaciones teníamos encima las miradas de él o del funcionario en cuestión.
Cuando ya no trabajaba formalmente en su consultora me llamó para pedirme un favor: que le terminara un trabajo para un municipio. Yo me negué porque tenía cosas que hacer. Eso fue motivo para que me echara en cara lo malagradecida y desleal que era.
En todas sus trabajadoras buscaba un patrón: debían ser provenientes de zonas muy marginadas de la Ciudad de México y no tener lo que él llamaba “figura paterna”. Justificaba que las llamaba porque tenía un espíritu protector y sentía empatía con ellas, dado que habían vivido situaciones igual de difíciles que él.
Al paso de los años, muchas chicas de mi generación me han confiado situaciones de acoso que Seymur ha orquestado, muchas de ellas perpetradas, incluso, cuando éramos pareja. El modus operandi es el mismo: mensajes, llamadas, invitaciones a cenar, a proyectos, aventones a alguna estación del metro, toqueteos deliberados a manos, piernas, abrazos y besos “accidentales” a las comisuras de los labios. Aisladas o todas juntas.
Ya no trabajo para él, ni soy su pareja desde hace años. Decidí terminar la relación afectiva porque sentía que no tenía rumbo, porque una gran parte de mí se perdió en ese castillo de “opulencia” y porque mi vida se sentía estancada. Cuando lo hice, empeoraron las agresiones psicológicas en clase, pues yo llegué a ser su adjunta en algún momento. Me humillaba ante el grupo, decía que usaba vestidos para provocar a los alumnos en clases, mis opiniones no las tomaba en cuenta, me excluía de las decisiones de los adjuntos, me acusó de ser plagiadora y me trataba muy mal en mis asesorías de tesis. Allí fue donde decidí finiquitar todo vínculo con él. Lloré mucho, pero fue lo mejor.
Entendí que su insistencia en ocultar nuestra relación no se basaba en la intención de protegerme, sino en poder seguir acosando libremente a muchas chicas; es más, entendí que la relación nunca la tomó en serio, por más que jurase que se quería casar conmigo.
Que quede claro que no cuestiono su labor académica y que muchas cosas que hago en mi trabajo las aprendí como becaria, adjunta y alumna, pero sí denuncio su calidad como persona. Viví abusos y los permití. No sabía cómo salirme de allí. También omití comunicar a otras estudiantes todas las porquerías que ha hecho bajo el escudo de “Carola me quiere reventar”.
Otros testimonios
“Tú naciste para parir y ser cuidada”, dijo mi maestro y agresor Seymur Espinoza.
A mí también me acosó sexualmente Seymour Espinoza.
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*El nombre de la denunciante ha sido omitido por motivos de seguridad.
Imagen de portada: Revista Proceso