En los últimos meses se han hecho visibles mediáticamente los asesinatos de lesbianas por lesbofobia: de Nicol Saavedra en Chile; de Jessica Patricia González Tovar en México; de Marcela Crelz en Argentina. A Estefany Stefanell Pérez lesbiana de Colombia, luego de ser acribillada, le agredieron el cuerpo bajándole los pantalones para “comprobar” que su cuerpo era de mujer.
Al recuento de estos lesbicidios habría que sumar la violencia lesbofóbica psicológica, verbal y física ejercida por Luis Alejandro Parada y Camilo Andrés Cardona, alumnos de primer semestre de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia, hacia dos estudiantas lesbianas; habría que contar que en diciembre pasado despidieron a dos mujeres aspirantes a la Policía Metropolitana de Buenos Aires porque sus compañeros difundieron una foto de ellas besándose, cuando a dos heterosexuales que se besaran no les habrían sancionado, y mucho menos en tal magnitud.
También habríamos de recordar que Fran Petersen, reina del Carnaval de Brasil, en este momento continúa siendo objeto de ataques lesbofóbicos en redes por visibilizar su relación lésbica, y sumar a todo esto los múltiples reportes de tratos lesbofóbicos en librerías, cines, restaurantes, bares y espacios públicos en todo Perú, México, Chile, Brasil y Argentina.
Pero éstos son sólo los casos visibles mediáticamente, sin mencionar las violaciones “correctivas” a lesbianas en la región. Así mismo sabemos que hay un subregistro de la lesbofobia y que las situaciones de lesbofobia cotidiana sólo son registradas en nuestros entornos inmediatos.
Nos están asesinando, y la justicia patriarcal encarcela a la que se defiende, como es el caso de Higui, en Argentina, que desde octubre de 2016 está presa por defenderse de diez hombres que intentaron violarla. En legítima defensa, Higui dio un puntazo a uno de sus agresores y luego, ante amenazas de empalamiento y mientras la seguían golpeando, cayó inconsciente. Despertó procesada por homicidio.
Es necesario nombrar la violencia lesbofóbica en todos sus rostros, hay que hacer ver cómo intentan acabar con nosotras.
Hay quienes quieren acabar con las lesbianas desde muy diversos frentes de la heterosexualidad obligatoria. Intentan acabarnos, sí, físicamente, como ya lo mostramos, cuando desde el machismo y la misoginia más vulgar nos agreden, nos acosan, nos golpean, persiguen y discriminan si nos atrevemos a visibilizamos e, igualmente, cuando no nos visibilizamos pero el entorno “sospecha” nuestra desobediencia a la heterosexualidad.
También intentan acabar simbólicamente con nosotras desde las grandes financiadoras, corporativas, academias e instituciones que pretenden imponer sobre nuestras colectividades, encuentros y actuancias locales el modo de organizarnos y con quién; pretenden condicionarnos recursos, reconocimientos, interlocuciones y hasta “permisos”. En un mismo tiempo y espacio actúan todas las corrientes de pensamiento neoliberal que nos agreden a las que nos posicionamos desde el feminismo lésbico: nos ridiculizan o nos convierten en monstruos amenazantes por enunciarnos, por mostrarnos, por querer organizarnos entre nosotras, autodefinirnos, autoreferenciarnos y establecer nuestros propios criterios de afinidad.
El borrarnos, invisibilizarnos o diluirnos para destruirnos simbólicamente no es nuevo. Históricamente han construido mitos, burlas y estigmas sobre nosotras, y han aprovechado nuestros aportes, sobre todo al arte, las ciencias y los feminismos, ocultando quiénes y desde dónde construimos esos aportes, y/o buscando suavizarlos, alejarlos de su radicalidad original.
Habría que preguntarnos, entonces, por qué esta saña y violencia específica hacia nosotras y nuestros pensamientos, habría que intuir que no es casual, que no se intenta acabar con nosotras por accidente. Desde nuestras prácticas sexuales y cotidianas, hasta nuestros posicionamientos lesbofeminsitas más radicales, una espina bien molesta debemos ser en el zapato del sistema, una llave al cepo que impone la feminidad patriarcal a los cuellos de las mujeres o, tal vez, sólo somos verdaderamente monstruos cuya existencia es extremadamente desagradable para los intereses de algunes.
Sea pues, hoy 7 de marzo – aniversario del fusilamiento lesbofóbico de Pepa Gaytán, y un día antes del Día Internacional de las Mujeres Trabajadoras-, que no quiero hacer un mero recuento de la violencia lesbofóbica, sino que las lesbianas nos recordemos unas a otras que nos debemos justicia por las que nos han arrebatado y asesinado; que nos debemos trabajo por la libertad de Higui y todas las presas del heteropatriarcado; que es urgente la visibilidad, pero no una que nos incluya en un sistema predador, mejor una visibilidad irruptora e incómoda a la heterosexualidad obligatoria y, sobre todas las cosas, tener presente una lectura, muchas lecturas políticas, de lo que implican las persecuciones hacia la propuesta política lesbiana:
Si el heteropatriarcado quiere acabar con nosotras, es porque nos sabe peligrosas. A las lesbianas nos están asesinando y encarcelando, pero nosotras resistimos y existimos. Aunque les pese.