Un hombre asustado
dijo que mis versos sonaban a tambores de guerra.
-Habría que considerar que en ese entonces
todavía no había juntado tanta ira,
como la que hoy tengo lista-.
Yo no creo en las guerras,
pero sí en detener el golpe, en la acción constante, directa,
en mirar a los ojos del agresor, en no permitir más heridas.
Dicen que, entonces, mis versos son provocaciones peligrosas,
confrontación abierta.
Como si el calificarlos lograra hacer que guardaran silencio.
Como si las palabras pudieran ser arrancadas de la ignominia,
cuando la nombran.
No hay silencio posible. No pueden hacerme muda.
Mis versos resuenan con la fiereza de esta insolente
mujer, lesbiana, otra
que se declara insumisa, desobediente.
Que se reconoce en desacato permanente ante la injusticia.
El hombre tiene un palo y golpea a la niña.
El hombre tiene un arma y asesina a Marisela.
En Coppel encierran a seis mujeres,
las queman vivas.
Los policías reprimen y persiguen a las que se manifiestan.
El comisario tiene dinero y da su versión en la prensa de la verdad,
y de lo que se le da la gana.
El machista hace discurso y dice que es culpa mía
La gente tiene dos pesos que gasta con angustia
y pone bajo el tapete, para luego, para nunca;
a las asesinadas, a las heridas de hoy.
Yo tengo poca cosa, pero me basta.
Tengo boca, tengo puños, tengo versos.
Tengo memoria de tantos agravios.
Tengo estos tambores de vida que claman por vida.
Que cantan mientras marcho buscando veredas.
Que proclaman a cada golpe de baqueta
un latido único, constante, urgente.
Ya no más. Es la hora:
Autodefensa.
Patricia Karina Vergara Sánchez: lesbiana, feminista retro, madre de una hija, gorda, morena y peluda. Arde por hacer arder injusticias y opresiones y sólo tiene en este mundo un par de ojos, pero que se dan cuenta y una boca que es muy grande y no sabe ni quiere callar.
Imagen: Lydia Zárate