Tendida en el piso, escuchaba sobre su cabeza los pasos de los vecinos, sus risas, los sonidos de los vasos de cristal chocar entre sí. Sus manos recorrían su propio cuerpo. Caricias que no piden permiso. Podía sentir cada centímetro de piel. La muerte la rondaba. La seducía con su aliento vaporoso, la envolvía como en un capullo suave, etéreo. …
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